Viajar a Venecia

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La posición de Venecia en el Mediterráneo, como puente comercial entre oriente y occidente la convirtió en un lugar espectacular y mágico a la que llegaban las mercancías de los bazares orientales para ser facturadas inmediatamente a los países del centro y norte de Europa. Los viajeros que llegaban a ella se sentían estupefactos por una ciudad que parecía un decorado de teatro, un artificio en un emplazamiento casi imposible, formada por un dédalo de callejuelas laberínticas llenas de color y comercios llenos de especias, sedas, alfombras, cerámicas y multitud de productos que convirtieron a la ciudad en un mito de esplendor y la riqueza. La paleta de los pintores se enriqueció con nuevos y vibrantes colores algunos de ellos compuestos de tintes y pigmentos importados de oriente, como el bermellón, el azul ultramarino o el cinabrio que proporcionaban azules y rojos brillantes con los que los pintores podían reproducir en sus cuadros los exóticos y lujosos productos orientales. El mito de esa Venecia de ensueño se mantuvo durante el siglo XVII, decayendo irreversiblemente a finales del XVIII. Aún así, ha llegado hasta la actualidad, prueba de ello son los millones de turistas que la visitan cada año.

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Postal coloreada de finales del siglo XIX

Existen dos obras impresas fundamentales del siglo XVI con Venecia como argumento principal. La primera es la veduta de la ciudad publicada por Jacopo de’ Barbari en el año 1500 en la que se muestra la fisonomía de la capital en el paso del Quattrocento al Cinquecento, la época de los pintores Giorgione y Bellini. Se trata de una “vista de pájaro” de Venecia. Una xilografía de gran tamaño, ya que ocupa seis folios, y que le costó al autor tres años de trabajo. En su momento se consideró una obra espectacular, tanto por sus dimensiones como por la meticulosidad y el detalle de la misma. Las placas originales se conservan en el Museo Correr de Venecia.

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La Veduta de Jacopo di Barbari, 1500

La segunda obra es “Venetia citta nobilissima et singolare, Descritta in XIIII. Libri”, conocida más brevemente como “Venezia Descritta”, escrita por Francesco Sansovino en 1581, antecedente directo de las actuales guías turísticas. Esta compuesta por catorce volúmenes, en los ocho primeros se describen las iglesias, palacios y obras de arte, y en los siguientes se habla de personajes conocidos, acontecimientos culturales y sociales de la época, costumbres e indumentaria, convirtiéndose en un testimonio de incalculable valor. Francesco aborda las descripciones de los edificios en diferentes apartados en función de su uso y de su ubicación, separándolos entre civiles, privados y religiosos. También informa de las obras de arte contenidas en los mismos, y de todos los datos relativos a su creación, como los nombres de los que las encargaron y los artistas que las ejecutaron.

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«Venezia Descritta” de F. Sansovino

Los volúmenes I al VI se dedican a las iglesias de Venecia, descubriéndose la preferencia por decorar los altares con las llamadas Pale, grandes pinturas en formato vertical que fueron evolucionando desde las de Bellini, compuestas de una escena única, como la Pala de San Job (c.1480), a las de Tiziano, más dinámicas y expresivas, como la Asunción de la Virgen de Santa Maria Gloriosa dei Frari (1516-1518).

Pala de San Job, Bellini, c.1480

Pala de San Job, Bellini, c.1480

Asunción, Tiziano,

Asunción de la Virgen, Tiziano, 1516-1518

El Volumen VII se dedica a las Scuole, un tipo de institución exclusivamente veneciana, similar a una confraternidad de carácter corporativo o gremial, que se dedicaba a ayudar caritativamente a sus miembros más pobres, asistir a los ciudadanos en casos de plagas u organizar fiestas y procesiones. Las Scuole más ricas, llamadas Scuole Grandi, se construían sedes propias, decorando las salas más representativas con grandes ciclos pictóricos de historias bíblicas o hagiográficas. El soporte de las pinturas era el telero, o lienzo, más resistente a la humedad de la laguna que los frescos. En un principio los pintores más solicitados fueron Gentille Bellini y Vittore Carpacio, que pintaron el ciclo de los Milagros de la Vera Cruz en la Scuola Grande di San Giovanni (1469). A mediados del siglo XVI fue Tintoretto quien acaparó dichos encargos, siendo uno de los más destacados el ciclo de pinturas de la Scuola Grande di san Rocco (1564).

Scuola Grande de San Rocco

Scuola Grande de San Rocco

Sala dell'Albergo, Scuola Grande de San Rocco

Sala dell’Albergo, Scuola Grande de San Rocco

El Volumen VIII describe espacios y edificios públicos de la ciudad, como la renovatio de la Plaza de San Marcos efectuada por el padre del escritor, Jacobo Sansovino, uno de los arquitectos más influyentes de Venecia. La reforma consistió en la construcción de la Biblioteca Marciana, cuya fachada es paralela a la del Palacio Ducal y fue considerada por Palladio como uno de los edificios más perfectos de la historia, y la Logetta, pequeño edificio ricamente decorado y adosado a la base del Campanile de San Marco cuya función era matizar el gran contraste entre la horizontalidad de la Biblioteca Marciana y la verticalidad del Campanile. La Logetta fue destruida por el derrumbamiento del Campanile en julio de 1902, el edificio actual es una reconstrucción del original.

Biblioteca Marciana

Biblioteca Marciana

Fachada de la Biblioteca Marciana

Fachada de la Biblioteca Marciana

La Loggeta

La Loggeta

En este volumen también se describe como era el Salón del Consejo Mayor del Palacio Ducal antes del incendio que lo destruyó en 1577, así como todas las obras de arte que contenía y que desaparecieron en el desastre. La estructura gótica del salón, erigido a mediados del siglo XIV, estaba cubierta por obras de grandes maestros acumuladas desde que el Dogo Marco Corner ordenara en 1365 que se decorara con pinturas que hablaran de las grandezas de Venecia. Entre los destruidos, había cuadros de Bellini, Tiziano o Tintoretto. La sala se reconstruyó entre 1578 y 1585 con un programa pictórico ideado en un principio por el mismo Francesco Sansovino y por el religioso Gerolamo de Bardi y el resultado fue la espectacular estancia que se puede visitar actualmente. La Sala del Consejo Mayor junto con el resto del Palacio que la envuelve formaron parte de esa leyenda que acabó convirtiendo a la ciudad en un mito artístico y un destino imprescindible para los viajeros, incluso en nuestros días.

Sala del Consejo Mayor, Palazzo Ducale

Sala del Consejo Mayor, Palazzo Ducale

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A Venecia acudían artistas de todas partes atraídos por el estilo pictórico que allí se desarrollaba y por el renombre de los grandes maestros de la pintura veneciana, como Giorgione, Tiziano, Tintoretto o El Veronés, cuya fama se habían extendido por toda Europa. Los pintores buscaban estudiar y descubrir la técnica veneciana que daba primacía al color sobre el dibujo, una forma de pintar enfrentada a los dogmas académicos del Renacimiento, que, desde Roma y Florencia, consideraban que el dibujo era la base fundamental de la pintura.

Anton Van Dick reside en Venecia entre 1621 y 1632. De esa época se conserva su cuaderno de apuntes conocido como el taccuino italiano, donde ejecuta dibujos y esbozos de los cuadros de los pintores venecianos, mostrando una especial atención por la obra de Tiziano, a la que estudia detenidamente. Van Dick, más que aplicar la técnica veneciana, utiliza su composición y retórica como base de sus pinturas.

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«Vertumno y Pomona», Van Dick, c.1625

El primer documento que certifica que El Greco estuvo en Venecia es de 1568. El pintor viajó desde su Creta natal para conocer de primera mano lo que se hacían los artistas venecianos, huyendo del destino limitado que le esperaba si se quedaba en la isla. Domenikos pretendía aprender, estudiar y hacer contactos en la ciudad. Se cree que residió allí durante tres años, aunque no hay mucha documentación al respecto. Su pintura se transformó en Venecia. A partir de esa época se apropió de una forma de construir el espacio a través de los colores, transformados y matizados por el ilusionista efecto de la luz. Durante toda su vida continuó pintando a base de manchas de color, como los maestros venecianos, con la llamada técnica de los “borrones”. Pedro Pacheco, suegro de Velázquez escribió sobre el tema: “…otros labran el bosquexo y, al acabado, usan de borrones, queriendo mostrar que obran con más destreza y facilidad que los demás y costándoles este mucho trabajo, lo disimulan con este artificio, porque ¿quien creerá que Dominico Greco traxese sus pinturas muchas veces a la mano, y las retocase una y otra vez, para dexar los colores distintos y desunidos y dar aquellos crueles borrones para afectar valentía? A esto lo llamo yo trabajar para ser pobre”. Pacheco se refería a la aparente facilidad y rapidez de la pintura veneciana, que en realidad ocultaba un laborioso y meticuloso trabajo del pintor.

«La Purificación del Templo», El Greco, 1571

En el siglo XVIII las clases acomodadas descubrieron el placer de viajar, animadas por los ideales del Siglo de las Luces. Los destinos se elegían siguiendo criterios culturales y científicos, en el libro del alemán Legipont “Itinerario y arte apodémico para la ilustre juventud” de 1759, hay una relación de los temas que debían interesar a los viajeros de entonces, que aparte de los criterios citados, debían observar también las costumbres, ceremonias y fiestas, visitar todos los templos, palacios, universidades y bibliotecas y hablar con los habitantes locales. También debían llevar un diario donde anotar todas sus experiencias. En definitiva, debían convertir el viaje en instrumento de formación y cultivo intelectual.

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«Pieza de conversación», Nathaniel Dance, 1790

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«Retrato de dos caballeros ante el Arco de Constantino de Romma», Anton Von Maron, 1767

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La mayoría de los viajeros eran jóvenes de familias nobles inglesas que, después de acabar sus estudios universitarios y antes de empezar su vida profesional, realizaban un viaje, por las principales capitales europeas cuyo destino final era casi siempre Italia. Las rutas estaban altamente planificadas y los jovenes iban acompañados por un tutor que, previamente, ya había estado en todos los lugares visitados concertando citas y reservando estancias para que el joven viajero no se preocupara de nada. La razón de este “Grand Tour” era conocer in situ los lugares donde habían sucedido grandes acontecimientos históricos. Los jóvenes aristócratas volvían a Inglaterra cargados de antigüedades, obras de arte y primitivos souvenirs de todo tipo que habían adquirido a lo largo de su ruta.

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«Galería de vedute de la antigua Roma», Pannini Giovanni Paolo, 1755

Venecia solía ser la última parada del viaje por la península italiana. Se intentaba que los viajeros llegaran allí el día de la Ascensión, donde se realizaba una ceremonia de alianza simbólica entre Venecia y el mar en la que el Dux, subido a la nave Bucentauro, lanzaba un anillo de oro a la laguna.

«El retorno del Bucentauro al muelle el día de la Ascensión», Canaletto, 1732

«Concierto de gala en Venecia», Francesco Guardi, 1730

Por aquella época Venecia estaba en franca decadencia. La ciudad, por su ambiente permisivo y su insalubridad, no era del gusto de los ingleses. Como no tenía ruinas de la antigüedad que admirar y visitar, los jóvenes nobles acudían allí más por su vida nocturna, su alta tolerancia y la pompa de sus espectáculos y ceremonias, herederas de la grandeza del siglo XVI. Era un centro de diversión para ellos y también un destino muy envidado por los coleccionistas privados de pintura, que llegaban en busca de las preciadas obras de los maestros venecianos. Esta afluencia de viajeros provocó un gran auge del género pictórico de las vistas urbanas de Venecia, un género que tuvo sus inicios a principios del siglo XVI con las obras de Bellini y Carpaccio, como la “Procesión en la Plaza de San Marcos”, de 1496, pero que tuvo su momento cumbre de éxito en el siglo XVIII. Los cuadros, conocidos como vedutas, tuvieron su máximo exponente en Canaletto (1697-1768), pintor protegido bajo el mecenazgo de nobles ingleses que le encargaban sus meticulosas vistas de la ciudad para llevárselas a sus residencias. Paralelo al coleccionismo de los ricos, se desarrolló también un mercado masivo de grabados e imitaciones más económicas.

«Procesión en la Plaza de San marcos», Gentile Bellini, 1496

«El Gran Canal y la Iglesia de la Salute», Canaletto, 1730

El estallido de la Guerra de Sucesión de Austria en 1740 convirtió a los territorios italianos en un campo de batalla hasta el final de la contienda en 1748, lo que provocó enormemente la disminución del número de viajeros a Venecia y la emigración a otros países de la mayoría de los pintores de calidad, no quedando en Venecia ningún pintor de valía que pudiese seguir abasteciendo el mercado de vedute, fenómeno que estimuló la creación de copias y repeticiones de modelos famosos de menor calidad. Uno de los principales continuadores de la obra de Canaletto fue Francesco Guardi (1712-1793), que siguió pintando muchas vedutas de primera categoría para los coleccionistas extranjeros. La Venecia que pintaba Guardi carecía del esplendor de Canaletto, representando una ciudad totalmente decadente, con edificios de contornos difusos, cielos nublados y gente empequeñecida por la arquitectura que la rodea, celebrando fiestas con un boato que ya no tenía razón de ser.

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«Vista del Gran Canal con Santa Lucía y Santa María de Nazareth», Francesco Guardi, c. 1780

Las grandes batallas navales y conquistas eran episodios de un pasado muy lejano. La ciudad era una capital entregada al placer y al buen vivir, con un Gran Canal lleno de palacios donde habitaban nobles entretenidos por poetas, músicos y pintores y un extrarradio lleno de prostitutas, jugadores y delincuentes de todas clases. Esta la Venecia que se encontró Napoleón cuando la invadió en 1797. Los franceses desembarcaron con toda la ceremonia posible en la Plaza de San Marco y la República que había sido la envidia del mundo se entregó sin la más mínima resistencia. Una de las hipótesis de esa pasividad es que no entraba en los pensamientos de los venecianos que Napoleón se comportara con la ciudad de una manera tan salvaje y ruin como lo hizo. Con el objetivo de borrar el gran pasado de la Serenísima, Bonaparte prohibió todas sus fiestas y ceremonias y restringió radicalmente la libertad de sus ciudadanos, estableciendo una férrea censura y eliminando todos los símbolos públicos que hicieran referencia a la antigua República y obligó a las autoridades a pagarle tres millones de francos en efectivo y otros tres en especie. El 17 de octubre de 1797 Napoleón acordó la entrega de Venecia y sus territorios a Austria. Días antes de la cesión, los franceses saquearon enloquecidamente la ciudad, asaltaron el histórico Tesoro de San Marcos, desmontándolo y fundiendo sus metales que se llevaron a París, así como multitud de cuadros, tanto de colecciones públicas como privadas, muchos de ellos expuestos actualmente en el Louvre, y también manuscritos y códices de gran importancia. Vaciaron los almacenes de abastos y dejaron la ciudad sin existencias, provocando la quiebra en cadena de todos los bancos venecianos. Todo lo que valía algo se empaquetó rumbo a Francia y lo que no pudieron llevarse fue pasto de la destrucción más irracional, llegando a romper a martillazos las escaleras de mármol de los palacios o de hundir todos los barcos inacabados que se encontraban en el Arsenal. El 9 de enero de 1798 los austríacos entraron en una ciudad destruida. Venecia se había convertido en un cadáver triste y melancólico, convertida en una provincia más del Imperio Austríaco y perdiendo la poca influencia que le quedaba, aunque conservando su estatus de mito y destino cultural y artístico.

«Las Bodas de Caná», El Veronés, 1563, expoliada por Napoleón, actualmente en el Louvre

Arco de Carrousel de París con los caballos de San Marcos

Arco de Carrousel de París con los caballos de San Marcos

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A partir del siglo XIX el Grand Tour, cancelado por el conflicto napoleónico, se transformó, dejando de ser una actividad propia de la nobleza y comenzando a aparecer los primeros “turistas” y los primeros viajes en grupo organizados para conocer no solo los monumentos sino también la cultura y las costumbres del país. Como curiosidad, la palabra apareció por primera vez en el libro de Stendhal “Memorias de un turista”, de 1838 en el que describía su viaje a Italia.

Dagerrotipo de 1845 de la colección de John Ruskin

Dagerrotipo de 1845 de la colección de John Ruskin

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Dagerrotipo de 1845 de la colección de John Ruskin

Durante la dominación austriaca se mejoró urbanísticamente la ciudad, pavimentando las calles y plazas, enterrando algunos canales para convertirlos en vías peatonales, construyendo el Puente de la Academia sobre el Gran Canal poniendo alumbrado público de gas y reforzando las defensas marítimas. En 1846 inauguraron el puente ferroviario que aún une la ciudad con tierra firme, facilitando el aumento tanto de los visitantes como del comercio. A partir de 1848 comenzaron los conflictos independentistas entre Venecia y el Imperio Austriaco, desembocando en su liberación y posterior anexión a Italia, a través de un referéndum, el 21 de octubre de 1866.

Puente ferroviario sobre la laguna

Puente ferroviario sobre la laguna

La escuela veneciana ya no era ni sombra de lo que había sido, pero las nuevas tendencias pictóricas que comenzaban a despuntar en el panorama europeo encontraban una fuerte base en la pintura de los grandes maestros del pasado de la ciudad. Los pintores se sentían atraídos de nuevo por el cromatismo y la técnica de los antiguos venecianos, y, las tendencias historicistas del siglo XIX, hicieron que la ciudad, que era un conjunto arquitectónico de lo más singular, se convirtiera en un referente al que acudían viajeros y artistas de todo el mundo, entre ellos el poeta Lord Byron, el escritor y crítico victoriano John Ruskin, autor de “Las piedras de Venecia” o el pintor inglés W. Turner que viajó a la ciudad en diferentes ocasiones a pintar vistas, donde, más allá de su personal estilo, rendía homenaje al gran Canaletto, cuya obra había conocido en colecciones y museos de Londres.

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«La Dogana, San Giorgio y Citella», J.M.W. Turner, 1842

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«Vista desde el Canal de la Giudecca», J.M.W. Turner, 1840

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«Venecia, El Gran Canal», J.M.W. Turner, 1835

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De un modo u otro la Escuela Veneciana influyó en los pintores del siglo XIX, desde los románticos, atraídos por la atmosfera opulenta y decadente de sus cuadros, hasta los impresionistas, fascinados por el tratamiento del color. El americano James McNeill Whistler (1834-1903), autor de “Nocturno: Azul y Oro. San Marcos, Venecia”, fue enviado a Venecia en 1879 por la Fine Arts Society de Londres para que realizara una serie de grabados sobre la ciudad y quedó atrapado por la belleza de la ciudad, dedicándose a pintar sin descanso durante los catorce meses de su estancia y ejecutando grandes obras como este nocturno, donde plasma la atmósfera de la ciudad, inspirándose en la técnica de los antiguos venecianos. La mayoría de pintores franceses descubrieron a los maestros venecianos gracias a las obras expoliadas por Napoleón expuestas en el Louvre, lo que despertó su interés, así, Renoir viajó a Venecia en 1881, donde también se dedicó a pintar vistas de la ciudad.

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“Nocturno: Azul y Oro. San Marcos, Venecia”, J.McNeill Whistler, 1879

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«Góndola en el Gran Canal», P.A. Renoir, 1881

 A finales del siglo XIX comenzó la industrialización de Venecia, en un principio en zonas periféricas como la Isla de la Giudecca. Debido a la imposibilidad de expansión urbanística de la ciudad, actualmente aún se conservan muchas estructuras fabriles de la época, aunque en ruinas casi todas. Por lo que respecta al centro, se intentó su modernización, con demoliciones y ensanchamientos de calles y la aparición de bancos, oficinas y hoteles. Un poco más al exterior también comenzaron a proliferar los establecimientos hoteleros, primero en el Gran Canal y en la Riva degli Schiavoni y posteriormente en el Lido, una barra de tierra y arena de 12 km. de largo a poca distancia de Venecia que se convirtió en un centro balneario de moda con visitantes ilustres como Thomas Mann, cuya novela “La muerte en Venecia” se desarrollaba en parte en la isla, donde el escritor inventado Gustav Von Aschenbach se sentía fuertemente atraído por el joven polaco Tadzio, siguiéndolo a escondidas en sus paseos por una Venecia decrépita y ruinosa envuelta en el sino fatal de una epidemia de cólera ocultada por las autoridades.

Fotograma de la película

Fotograma de la película «Muerte en Venecia», de Luchino Visconti, 1971

Para estimular la creación artística y el mercado de arte en la ciudad, en 1895 se celebró la primera Exposición Bienal de Arte del mundo, donde se intentaba dar a conocer las novedades artísticas, aunque las primeras ediciones estaban más orientadas a las artes decorativas y no tenía la repercusión internacional que alcanzarían posteriormente.

Ya en el siglo XX la actividad industrial se trasladó desde las islas a tierra firme, creándose una gran zona manufacturera que hizo que la población de núcleos como Marghera o Mestre comenzara a aumentar exponencialmente.

El turismo en aquellos años continuaba siendo una actividad destinada a las clases adineradas, que comenzaban a utilizar las cámaras fotográficas, llegando muchas de las imágenes que tomaron hasta nuestros días.

La Dogana y la Giudecca desde el Campanile. Finales de siglo XIX

La Dogana y la Giudecca desde el Campanile. Finales de siglo XIX

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Las Procuradurías Viejas, fotografía de finales del siglo XIX

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Ruinas del Campanile de San Marcos, 1902

Siguiendo con los visitantes ilustres, en la primavera de 1900 Marcel Proust viajó con su madre a Venecia, siguiendo los pasos del influyente crítico de arte inglés John Ruskin, cuya obra había traducido al francés. La impresión que le causó la ciudad la plasmó en la sexta parte de su novela “En busca del tiempo perdido”, llamada “La Fugitiva, Albertina desaparecida”, escrita entre 1908 y 1922, donde describe una ciudad cambiante, con grandes matices de color que se reflejan en el agua de sus canales, siempre inestable y agitada por el paso de las embarcaciones. En el libro, el protagonista Marcel, que se aloja en un hotel de lujo junto con otros aristócratas y burgueses ingleses, franceses e italianos tan decadentes y ajados como la misma ciudad de los canales, recibe un telegrama de su amada Albertina a la que creía muerta. La decrepitud, la muerte, la ruina, la soledad y el esplendor perdido impregnan las páginas de “La Fugitiva”.

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Postal coloreada del Gran Canal, ppios. s.XX

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A partir de 1907 algunos países comenzaron a construir pabellones expositivos propios en la Bienal de Arte, haciéndole adquirir fama internacional.

En 1908 Monet visitó Venecia con sesenta y siete años de edad. Aunque el pintor no era muy amigo de los lugares excesivamente bellos o pintorescos, también cayó rendido ante el atractivo de la ciudad a la que, debido al abocetamiento extremo de su estilo, le dio un aire irreal en los cuadros de vistas que comenzó a pintar allí mismo y luego acabó en su estudio de París.

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«Crepúsculo en Venecia», C. Monet, 1908

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«El Gran Canal», C. Monet, 1908

A raíz de la Primera Guerra Mundial la región se empobreció y después de ella se aplicaron algunos planes de expansión económica que no dieron el resultado esperado. En octubre de 1922 Mussolini llegó al poder, en el que se mantendría hasta su muerte en 1945. Durante los años de la dictadura fascista en 1932 se inauguró el Festival de Cine de Venecia, como una sección más de la Bienal de Arte, proyectándose películas sin competición en la terraza del Hotel Excelsior del Lido. También se construyó el Puente de la Libertad en 1933, un viaducto para la circulación de vehículos pegado al puente ferroviario construido por los austríacos que conectaba Venecia con Mestre y que permitió el aumento de visitantes a la ciudad.

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Cartel publicitario del Lido

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Puente de la Libertad

Durante la Segunda Guerra Mundial Venecia fue respetada por los bombardeos aliados, al contrario que las zonas de tierra firme que fueron duramente castigadas.

En 1947 Peggy Guggenheim mostró su colección de arte contemporáneo en la Bienal de Venecia. Fue la primera vez que se presentaba en Italia una exposición de arte cubista, abstracto y surrealista. Ese mismo año compró el Palazzo Venier, un edificio inacabado en el Gran Canal donde fijó su residencia donde no dejó de coleccionar arte durante los 30 años en los que residió allí. En 1969 sus adquisiciones pasaron a formar parte de la Fundación Solomon R. Guggenheim, con la condición de que nunca saliese de la ciudad de Venecia. En 1980, un año después de la muerte de Peggy, la Fundación inauguró en su Palazzo un museo con su colección personal, considerada una de las más importantes de Arte Moderno en Europa.

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Peggy Guggenheim en el Palazzo Venier

Pasada la posguerra, a mediados del siglo XX, el turismo comenzó a desarrollarse de tal manera que revitalizó la economía de toda la región, permitiendo la restauración de muchos edificios y la recuperación del esplendor antiguo de fiestas como el carnaval. Desde entonces la vida cotidiana de los ciudadanos de Venecia fue haciéndose cada vez más complicada debido a la masificación creciente del turismo, al cierre de establecimientos tradicionales y su sustitución por comercios destinados al turismo y, sobre todo, a la especulación inmobiliaria que encareció los inmuebles hasta convertirlos en inalcanzables para los ciudadanos locales, provocando su traslado a las zonas de tierra firme. Actualmente solo quedan en Venecia 57.000 residentes de los 175.000 censados en 1950, conviviendo con veintidós millones de turistas anuales que abarrotan la ciudad, situación conocida como “El síndrome de Venecia”, motivo de estudio en todo el mundo y algo a evitar en muchas otras ciudades turísticas del planeta.

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La Marina de Venecia, 1966

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Jóvenes turistas, 1966

Los millones de turistas provocan el desgaste de pavimentos y superficies consideradas históricas hasta el punto de que las más afectadas deben ser acordonadas o cubiertas con alfombras para frenar su deterioro, como es el caso de los mosaicos de la Catedral de San Marcos o de la Basílica de la Salute.

Muy por encima del problema de la masificación turística está el del hundimiento de la ciudad en la laguna, producido por el paso de los siglos, la elevación del nivel del mar y el cambio en las corrientes lagunares producido por la excavación de canales profundos para la navegación de grandes navíos. Las mareas que inundan periódicamente Venecia se han multiplicado con los años y causan graves perjuicios tanto económicos como estructurales. Por otro lado, el oleaje producido por las embarcaciones a motor, sobre todo por el paso de los grandes cruceros turísticos a través del Canal de la Giudecca, la sal del agua que durante siglos está penetrando en las piedras, y los elementos contaminantes disueltos en dicha agua están produciendo el desgaste cada vez mayor de los viejos edificios.

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Crucero navegando por el Canal de la Giudecca

El futuro que le espera a la ciudad parece de encaje difícil. Venecia es una ciudad única en el mundo y millones de personas piensan que habría que visitarla al menos una vez en la vida. La principal fuente de ingresos de la ciudad es la que está matándola…. o ya lo ha hecho, según algunas voces críticas.

Esperemos que tanta historia concentrada y tanta belleza no acabe siendo solo un recuerdo que vive únicamente en millones de fotografías y películas captadas por sus visitantes.

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Google Earth, Venecia

Acerca de Jose Maria Sancho

Gran amante del arte, intento humildemente compartir y extender mis conocimientos para que muchos otros puedan descubrirlo y sentir su fascinarse con él.

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