Palacios del Renacimiento en Zaragoza

ÍNDICE

  1. Presentación
  2. Contexto histórico
    • Organización política
    • Urbanismo
    • Demografía y sociedad
      • Las pestes
      • Los pobres y la beneficiencia
    • Economía
    • La Universidad
  3. Implantación del lenguaje del Renacimiento
    • Los tratados de arquitectura
    • El Humanismo
  4. Materiales de construcción de los edificios
    • Rejolas y tejas
    • Aljez
    • Piedra
    • Calcina
    • Madera
  5. Personal de la construcción
  6. Estructura de los edificios
    • Cimientos
    • Fachada
    • Aleros y cornisas
    • Torres
    • Tejado
  7. Interior de los palacios
    • Patio
    • Escaleras
    • Techos
    • Suelos
    • Planta superior o principal
    • Servicios domésticos del palacio
  8. Edificios más representativos
    • Artesonado de la Aljafería
    • Casa de Miguel Donlope
    • Lonja de Mercaderes
    • Casa de Pedro Martínez de Luna, Conde de Morata
    • Casa de Don Artal de Alagón, Conde de Sástago
    • Patio de la Infanta
  9. Bibliografía
  10. Webgrafía

 

PRESENTACIÓN

“El Ebro tiene un hermoso puente de piedra para entrar en la ciudad (…) fuera hay un palacio que es como un castillo hecho por los reyes moros, donde habita el virrey (…) la tierra junto al río es fértil, hermosa y llena de árboles; pero lo demás es estéril, inculto y desierto; en la ciudad, sin embargo, hay abundancia de comestibles, por lo que se dice: Barcelona, la rica; Zaragoza, la harta; Valencia, la hermosa”.

Andrea Navaggiero, embajador veneciano ante la Corte de Carlos V, 1525.

“Zaragoza, la Harta” fue el título de mi Trabajo de Fin de Grado de Historia del Arte, centrado en uno de los períodos artísticos más interesantes de la historia de la ciudad, circunscrito dentro de las corrientes renacentistas que, desde la península italiana, se habían extendido por toda Europa.

La máxima implantación de la arquitectura renacentista civil en Zaragoza se desarrolló en el siglo XVI, curiosamente en el momento en el que comenzó a verse desplazada, de forma definitiva, de los centros de poder establecidos por la Monarquía Hispánica después de su unificación dinástica.

Paradójicamente, en ese contexto político desfavorable, la ciudad gozó de un período de bonanza económica en el que una nueva clase social urbana emergente, constituida por mercaderes, altos funcionarios y segunda nobleza, encargó grandes residencias urbanas que renovaron su fisonomía. Fue el paso de la urbe medieval a la moderna, en el que muchos viejos edificios fueron sustituidos por otros nuevos que causaron admiración a viajeros y visitantes.

Por lo que respecta a alta nobleza, residente en sus dominios rurales, hubo que esperar a finales de siglo para que comenzara a trasladarse paulatinamente a la ciudad, convertida en un espacio de poder político y económico, construyéndose espectaculares residencias para destacar sobre todos los demás.

El palacio fue la primera tipología arquitectónica en la que se aplicaron las formas renacentistas. Hubo un cambio en la concepción que se tenía de este tipo de edificios, produciéndose una “exteriorización” de su arquitectura y dejando de tener un carácter meramente funcional, entendiéndose las fachadas como un componente de la escenografía urbana y una proyección del poder de sus dueños, lo que supuso una mayor preocupación por su embellecimiento, influenciada en parte por los tratados arquitectónicos publicados.

Las formas clásicas inspiradas en el Renacimiento italiano empezaron a generalizarse en la década de 1520. Pero, al igual que ocurría en el resto de España, su implantación en Zaragoza fue un fenómeno más bien epidérmico. No fue el resultado de un proceso de experimentación y debate, como había sucedido en la península italiana, si no que se limitó básicamente a la importación de un sistema plástico ya elaborado e impuesto con gran éxito en otros lugares. Hubo cierta tendencia a la ordenación y a la búsqueda de la simetría y el equilibrio en los volúmenes, pero la estructura fundamental de los edificios, mezcla de gótico y mudéjar, permaneció más o menos constante, sin someterse a excesivos cambios. Es unánime la influencia de los palacios florentinos, si bien adaptados a la tradición constructiva anterior y a la mentalidad de la sociedad zaragozana, mucho más conservadora que la florentina.

Enrique Cock, notario apostólico y arquero de la guardia real de Felipe II, escribió en su visita a la ciudad en 1585 por motivo de la boda de la infanta Catalina Micaela con el duque de Saboya: “Los palacios de los caballeros y las casas de muchos ciudadanos son de tal grandeza y gala que entre todas las ciudades de España, a juicio y parecer de todos los curiosos, tiene Zaragoza ventaja”.

La importancia de la arquitectura civil del siglo XVI radicó más en la creación y consolidación de un prototipo de casa aragonesa, que perduró hasta siglos después, que en la existencia de hitos arquitectónicos paradigmáticos concebidos desde el punto de vista del Clasicismo y el Humanismo. Es precisamente ese carácter genuino y acotado geográficamente a la zona centro de Aragón y sur de Navarra, el que da valor a esta tipología arquitectónica y la hace merecedora de reconocimiento.

CONTEXTO HISTÓRICO

En 1517, con la muerte de Fernando II el Católico y la subida al trono de su nieto Carlos I, el Reino de Aragón se integró dentro de la Monarquía Hispánica de la Casa de Austria, cuyo centro de poder estaba en Castilla. A partir de entonces la figura del Virrey de Aragón asumió la representación de la monarquía en el Reino, actuando por delegación directa del rey. Aunque todos los territorios de la Casa de Aragón gozaban teóricamente de autonomía política y jurisdiccional, en realidad se gobernaban desde Castilla.

El primer Virrey de Aragón fue Alonso de Aragón (Cervera, 1470 – Lécera, 1520), Arzobispo de Zaragoza e hijo natural de Fernando el Católico, responsable de la reforma renacentista de la Seo de San Salvador. Otro Virrey importante fue Don Hernando de Aragón y Gurrea (Zaragoza, 1498 – 1575), gran mecenas de las artes y precursor de la construcción de la Lonja.

Fue un periodo estable en el que no sucedieron acontecimientos de gran trascendencia histórica en una ciudad que, incluida dentro del inmenso imperio heredado por Carlos I, se encontraba cada vez más aislada políticamente, aunque gozaba de gran bonanza económica debido a su situación geográfica donde convergían las rutas comerciales que conectaban tanto los puertos catalanes como Francia con el centro de la península ibérica.

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Anónimo Retrato de Felipe II Último tercio del siglo XVI Óleo sobre tabla Museu de Belles Arts de València

En el año 1556, con la subida al poder de Felipe II  y el establecimiento de la Corte en Madrid, el Reino de Aragón comenzó a perder definitivamente su autonomía y  Zaragoza la menguada importancia política que le quedaba. El nuevo rey, a diferencia de su padre, no respetaba los fueros aragoneses y gobernaba autoritariamente desde Madrid. Se abrió entonces un período de revueltas campesinas y enfrentamientos nobiliarios que culminó en 1591 con las Alteraciones de Aragón, un levantamiento contra la corona que tuvo unas consecuencias terribles para el Reino, ya que, además de sufrir una represión terrible, Felipe II redujo al mínimo el poder de las instituciones aragonesas, que a partir de entonces quedaron bajo su autoridad, ejercida de manera implacable hasta su muerte en 1598.

Antonio Pérez, exsecretario de Felipe II, se refugió en Zaragoza en 1590, bajo el amparo del Justicia Mayor de Aragón, al ser acusado de alta traición contra el monarca y del asesinato de Juan de Escobedo, secretario del Consejo de Hacienda en la corte. Su apresamiento y juicio por el tribunal de la Inquisición fueron el detonante de una sublevación en la ciudad, al considerarse que se habían vulnerado los fueros aragoneses. Las revueltas fueron rápidamente sofocadas por las tropas reales y el Justicia Juan de Lanuza y Urrea (Zaragoza, 1564 – 1591) fue decapitado por su apoyo a los sublevados.

ORGANIZACIÓN POLÍTICA

En el año 1126, el rey Alfonso I otorgó a Zaragoza el conocido como «Privilegio de los Veinte», origen del posterior Concejo de Zaragoza, por el que se elegía a veinte vecinos que juraban los fueros y se comprometían a defender a la comunidad de ataques exteriores. En 1271 el rey Jaime I legisló la existencia de doce jurados que junto a los veinte consejeros formaban la asamblea conocida como «Capítulo y Consejo», que se encargaba de gobernar la ciudad, siempre bajo la autoridad del rey, que era libre de disponer a su voluntad en la urbe.

Con los años, fueron ampliándose los oficios y cargos municipales y su elección fue complicándose hasta que finalmente, el rey Alfonso V, el Magnánimo (1396-1458), decretó la llamada «insaculación de cargos» en 1442, mediante la cual el monarca proponía una lista de personas aptas para los diferentes cargos municipales. La elección se hacía por sorteo al azar, introduciendo unas piezas de cera con los nombres en unas bolsas, de las que un niño sacaba a los elegidos para el cargo por el tiempo que correspondiera. Aparte, había algunos cargos designados directamente por los Jurados y Consejeros e incluso por el mismo rey.

La sede del Concejo eran las conocidas como Casas del Puente, hoy desaparecidas. Estaban pegadas a la parte posterior de la Lonja justo donde ahora está la plazoleta que la separa del Paseo Echegaray y Caballero.

La Corona de Aragón era una entidad política singular compuesta por diferentes territorios gobernados por un mismo rey, administrados respectivamente por instituciones similares, con las mismas atribuciones pero independientes unas de otras. No existía una capital fija de la Corona, como se hizo habitual posteriormente en la Época Moderna. La corte del rey era itinerante y poseía residencias en muchos pueblos y ciudades donde alojarse en sus viajes. Eso si, el monarca debía coronarse en la Seo de San Salvador de Zaragoza, aunque después no residiera en la ciudad o la visitara esporádicamente. Con la unificación monárquica, en el siglo XVI, el alejamiento de los reyes respecto de la ciudad de Zaragoza se acentuó, pasando a gobernarse desde las ciudades castellanas.

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Mapa – Enciclopedia Aragonesa

Dentro de la Corona estaba el Reino de Aragón, que, en el siglo XVI, territorialmente se correspondería más o menos con la actual Comunidad Autónoma. La Real Audiencia era el órgano encargado de impartir justicia en representación del rey. Había una en cada reino de la Corona, pero Fernando II el Católico las unificó en 1494 con la creación del Consejo de Aragón, una institución fundamentalmente administrativa, con casi ninguna actividad política y judicial, destinada a aplicar la voluntad del rey y mera intermediaria entre la monarquía y las instituciones forales.

La Diputación General fue un órgano creado por las Cortes básicamente para recaudar los impuestos acordados por ellas. Gozaba de gran prestigio al ser la encargada de sanear las cuentas del Reino. Con el tiempo se convirtió en el órgano garante del ordenamiento jurídico del reino y defensor legítimo de sus territorios. Durante el siglo XVI tuvo muchos enfrentamientos con los virreyes debido a que estos permitían la entrada y salida de cereales sin su consentimiento y también porque intentaban nombrar cargos institucionales no naturales de Aragón.

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Mapa encargado por la Diputación de Aragón al cosmógrafo y matemático portugués Juan Bautista Lavaña.

La Corte del Justicia de Aragón era, básicamente, el organismo encargado de dirimir las diferencias entre el rey y los nobles aragoneses, o sea, equilibrar las fuerzas entre las tensiones feudales y las monárquicas. Era dirigido por el Justicia de Aragón, cargo mitificado por la historia debido a sus cada vez más frecuentes enfrentamientos contra el cada vez más absolutista reinado de los Austrias.

Las Cortes de Aragón eran convocadas por el rey (o un representante suyo) mediante una carta en la que debía estar escrito el motivo de la convocatoria y el lugar de celebración. A los grupos convocados a Cortes se les llamaba brazos, y en Aragón eran cuatro: La Alta y Baja Nobleza, el clero y el de las universidades, que aglutinaba a los representantes de una treintena de municipios. Como en el resto de organismos forales, el siglo XVI supuso una lucha continua de las Cortes contra el absolutismo monárquico.

Todos estos organismos tenían su sede en el Palacio de la Diputación o Casas del Reino, abandonado después de su incendio en los Sitios de Zaragoza de 1809 y situado donde ahora se levanta la Casa de la Iglesia, en la Plaza de la Seo de Zaragoza.

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Escudo de armas de la Diputación del Reino de Aragón. Franci Gomar y Fortaner de Usesques. 1448-1449. Museo de Zaragoza

URBANISMO

Zaragoza contaba con un doble recinto amurallado: un muro interior de unos tres kilómetros de longitud, que englobaba la planta rectangular de la ciudad romana, construido entre los siglos I y III d.C., hecho casi todo de piedra, lleno de huecos y aberturas y con muchos tramos enmascarados dentro de los edificios. Y un segundo muro exterior, construido entre los siglos XIII y XIV, de tapial y rejola, bastante deteriorado, que se usaba más para establecer cuarentenas durante las epidemias y para controlar fiscalmente los productos que entraban en la ciudad, que para defender la urbe en caso de conflicto.

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Panorámica de Zaragoza. Anton van den Wyngaerde, 1563 Biblioteca Nacional de Austria, Viena

En el siglo XVI las murallas de Zaragoza contaban con doce puertas, cuatro de origen romano y ocho medievales. A través del Puente de Piedra, construido en 1401, se llegaba a la Puerta del Ángel, considerada la entrada principal de la ciudad, por donde entraban todos los viajeros procedentes del norte y de Cataluña. A pesar de su importancia, no queda ningún rastro visible de ella. Estaba situada entre la plazoleta trasera de la Lonja y el actual Palacio Arzobispal. Desde época romana se habían alzado diferentes puertas en el mismo lugar, pero la última (destruida en los Sitios de 1808) fue construida en 1492 con motivo de una visita a la ciudad de los Reyes Católicos. Debía su nombre a la escultura del Ángel Custodio ejecutada por Gil Morlanes el Viejo, colocada en una hornacina sobre la puerta y que ahora está en el Museo de Zaragoza.

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Extensión de Zaragoza en el siglo XVI y recintos amurallados sobre mapa actual.

El trazado viario era una mezcla del entramado ortogonal de los romanos y las calles en zigzag de los musulmanes. La mayoría de las vías no superaba los cuatro metros de anchura, a excepción de la del Coso, que era muy amplia para su época. El espacio urbano más grande era la Plaza del Mercado, por lo que era usada para la celebración de los principales eventos.

La ciudad era un caos circulatorio absoluto. Muchas calles estaban ocupadas por bancos construidos en las delanteras de las casas y tablados de madera, que entorpecían la circulación y generaban importantes problemas de tráfico. Se construían pasos elevados sobre las calles, para desplazarse discretamente de una casa a otra sin que nadie lo viera. Había callejones sin salida (llamados callizos) que acababan siendo usados por los vecinos como una propiedad privada, normalmente como una trasera de sus casas. Las autoridades hacían la vista gorda porque así se olvidaban de su mantenimiento. Tampoco había mucho control en la construcción de sótanos, bodegas y pasos subterráneos, que excedían de la línea de las fachadas afectando a la estabilidad de las calzadas, por lo que en 1550 un edicto prohibió el tráfico de carros por la mayoría de calles por motivos de seguridad.

Tal como escribía el Marqués de Langle en el siglo XVIII, seguramente exagerando un poco: «Fuera de la Calle del Coso, todas las calles de Zaragoza son tan oscuras, tan estrechas, tan sucias, tan fangosas, que a mediodía no se ve en ellas ni gota y jamás se puede poner en ellas el pie».

Por lo que respecta a la evacuación de las aguas (tanto de lluvia como de las residuales de las casas), se usaba solo una parte de las cloacas romanas de Cesaraugusta y el resto iba por superficie, con el consiguiente foco de malos olores e infecciones que eso suponía. Muchas casas tenían pozos ciegos que, cuando se colmataban, eran vaciados en la vía pública. Se sabe que a mediados de siglo se habían construido varios desagües de agua en algunas zonas de la ciudad, pero las autoridades se quejaban de que muchas veces eran obstruidos por el incivismo de algunos ciudadanos que echaban en ellos todo tipo de basuras.

Durante el siglo XVI gran parte de la ciudad fue pavimentada, aunque ya había algunas calles que los estaban desde época medieval. Los pavimentos se hacían o bien de empedrado o bien de rejolas. Además, la intensa renovación de los edificios a la que se ha hecho referencia anteriormente, configuraron la ciudad como un conjunto de gran monumentalidad. El Coso se consideraba una de las vías más destacadas y bonitas, objeto de protección por parte de las autoridades. Debido a su achura y su situación a las afueras del denso casco urbano, muchos artesanos (principalmente carpinteros) lo usaban como lugar de trabajo al aire libre, dejándolo lleno de residuos, costumbre prohibida en 1505 con una crida que decía: «por ser calle tan principal y de tanto transito no es razón que este sutzio ni empachado de semexante ejercicio». Además, en su parte sur (actual Plaza de España) había instalado un mercado de pescado que fue desmantelado en 1548 por «maloliente».

El portugués Gaspar de Barreiros, en la crónica de su viaje desde Badajoz a Milán en 1542, titulada “Corografía de algunos lugares”, escribió: “Me pareció una de las más nobles y mejores ciudades de España, así en el abastecimiento de la tierra como en el sitio y ornamentos de la ciudad (…) tiene las mejores casas de España, salvo Barcelona, que las tiene tan buenas, pero no mejores (…) [la calle del Coso es] la más hermosa que sea posible, comparable a la [del Corso] de Roma, de muy amplia anchura y muy seguida en línea recta”.

La otra zona de especial atención era la ribera del Ebro, por tres razones fundamentales: la preocupación por la potencia de la corriente del agua, por la salubridad e higiene del lugar, ya que el agua potable se recogía directamente de allí, y sobre todo, por el potencial estético de la línea de edificios construidos en la orilla del rio, que era la primera imagen que veían los viajeros cuando llegaban a Zaragoza, de ahí que las autoridades pusieran el máximo interés en que siempre estuviera hermosa y limpia para mayor orgullo de todo el Reino.

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Vista de Zaragoza en 1647 Juan Bautista Martínez del Mazo Museo del Prado, Madrid

DEMOGRAFÍA Y SOCIEDAD

Según el censo ordenado por don Hernando de Aragón en 1548, Zaragoza contaba con unos 25.000 habitantes, de los que más de 10.000 vivían en el barrio de San Pablo, el más populoso de todos.

Era una sociedad estamental jerarquizada a la manera medieval. La clase privilegiada, con la monarquía y el Virrey en su cúspide, se componía del clero y de una aristocracia a la que se podía acceder también por dinero, como el caso del mercader Gabriel Zaporta, ennoblecido por ser prestamista del emperador Carlos I en sus campañas bélicas. Aunque la exención tributaria de los privilegiados hacía que no se concedieran muchos títulos nobiliarios en Aragón, ya que iba en perjuicio de las arcas reales.

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Doble retrato de matrimonio. Lavinia Fontana. Entre 1577 y 1585. Museo de Zaragoza

Debajo de este estamento se situaba una burguesía mercantil adinerada a la que pertenecían muchos judíos conversos. El resto de la población se componía de artesanos, menestrales y jornaleros. El último estrato lo ocupaban los pobres, que eran tolerados y aceptados en la ciudad por caridad y fe cristiana.

Había una numerosa comunidad francesa estimada en un quinto de la población. Ejercía trabajos muy humildes (labradores o laneros) y otros muy especializados (artesanos, vidrieros, molineros,…). Se sabe que hubo enfrentamientos con la población local por motivos laborales.

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Libro Trachtenbuch: Danza morisca. Christoph Weiditz. Entre 1528 y 1529. Museo Nacional Germano de Núremberg

La comunidad mudéjar era la única minoría religiosa existente. Vivía en la morería cerrada (entre el actual Paseo Independencia, calle Azoque y Plaza Salamero), además de en Altabás y en San Pablo. Gozaba de la protección de la nobleza. Trabajaban de labradores, arrieros, ganaderos, obreros de villa y constructores. Un decreto de Carlos I del año 1526, les obligó a convertirse al cristianismo y a cambiar algunas de sus costumbres y su forma de vestir.

LAS PESTES

A lo largo del siglo XVI hay registradas al menos seis grandes pestes en Zaragoza. Las dos más mortíferas fueron las de 1507 y 1564, con más de 10.000 muertos cada una. Surgían por la falta de higiene y las míseras condiciones de vida de la mayoría de la población, sobre todo en épocas de malas cosechas.

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Información y curación de la peste de Caragoca y praeservacion contra peste en general. Juan Tomás Porcell, 1564. Ejemplar publicado en Zaragoza en 1565. Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla.

Cuando llegaba una peste, el gobierno y las clases altas abandonaban la ciudad, que era cerrada por cuarentena. Los enfermos se recluían en lazaretos y salas aisladas de los hospitales y por toda Zaragoza se quemaban hogueras de romero en las calles, creyendo que así se purificaba el aire. La ropa de los contagiados se metía en el Ebro para limpiarse y se prohibía que se ocuparan sus casas durante un mes. Quienes se ocupaban de los enfermos se mantenían aislados del resto de la población y nadie se les podía acercar.

En la peste de 1564 el médico Juan Tomás Porcell, proveniente de Cerdeña, se encargó de los 800 enfermos que estaban hacinados en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia. Fue uno de los primeros facultativos de Europa que realizó autopsias sistemáticas a los fallecidos por peste y de esta experiencia escribió el tratado “Información y curación de la peste de Zaragoza, y preservación contra peste en general”, publicado en el 1564 y considerado una de las obras cumbre de la medicina en la época renacentista.

LOS POBRES Y LA BENEFICENCIA

Los pobres de solemnidad eran tolerados y aceptados por caridad y por ideología cristiana. Se otorgaban cartillas para ejercer la mendicidad y los falsos pobres eran severamente castigados.

Había varias instituciones en la ciudad que se ocupaban de los indigentes. Algunas de ellas, como Los Hospitalicos (ubicado en el antiguo Hospital de la Magdalena) o el Padre de Huérfanos, ponían en amo a niños y muchachos desocupados, muchos de los cuales iban a parar al sector de la construcción. El dinero que cobraban se usaba para el sostenimiento de dichas entidades. También denunciaban y controlaban a aquéllos que suponían un peligro social, para evitar desórdenes públicos.

Por otro lado, el Hospital de Nuestra Señora de Gracia, fundado en 1425, fue pionero en acoger a pobres y atenderlos desinteresadamente. Fue una de las instituciones sanitarias más importantes de la península. El edificio original del Hospital estaba en el Coso, esquina con actual Plaza de España, justo en el lugar que hoy ocupa el edificio del Banco de España y fue destruido en los Sitios por las tropas napoleónicas. En el frontispicio de su fachada estaba instalada la leyenda: “DOMUS INFIRMORUM URBIS ET ORBIS” (“Casa de los enfermos de la ciudad y del mundo»).

Todas estas instituciones eran regidas por gente rica, como infanzones, notarios, cirujanos o miembros de la nobleza. Algunos nombrados directamente por el rey.

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Ruinas del Hospital de Nuestra Señora de Gracia. Serie Ruinas de Zaragoza, de Juan Gálvez (dibujo) y Fernando Brambila (grabado), Cádiz, 1812.

ECONOMÍA

Agricultura: Se trabajaban muchas tierras en régimen de arrendamiento, propiedad fundamentalmente de instituciones religiosas y de personas ricas. Se cultivaban viñedos, olivares y cereales de secano en las zonas más alejadas de la vega del Ebro y productos hortofrutícolas en la huerta regada por el río y sus afluentes. Se usaban herramientas y maquinaria obsoletas lo que afectaba a la calidad y volumen de la producción. Debido al prestigio y a los beneficios que generaban las rentas de las tierras, en el siglo XVI se produjo una burbuja que encareció en más de un 300% los precios de los arrendamientos.

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Tapiz de la Serie de los Meses: Capricornius. Segunda mitad del siglo XVI Museo de Tapices de la Seo de San Salvador de Zaragoza

Industria textil: Se producían paños con la lana proveniente tres zonas de Aragón: una entre Teruel y Albarracín, otra entre Daroca y Calatayud y otra en los alrededores de Zaragoza. Tanto el ganado como la lana eran controlados por la Casa de Ganaderos de Zaragoza, una institución de gran prestigio y poder.

La producción textil de la ciudad estaba muy jerarquizada y monopolizada por una élite conocida como los Pelaires, mientras que el resto de artesanos del sector, conocidos como los traperos, vivían en condiciones muy precarias. En el barrio de San Pablo se localizaba el cardado, el hilado y el tejido y en Altabás los tintoreros.

Se producía mayoritariamente un paño ligero de baja calidad muy demandado por la mayoría de la población y en menor medida otro más caro y pesado. La competencia de la pañería valenciana, de mucha más calidad, afectó a finales de siglo XVI a la producción aragonesa. También la producción que se hacía en zonas rurales, con condiciones extremadamente precarias que abarataban el producto, tuvieron consecuencias negativas en la industria de la ciudad.

Burguesía mercantil: Estaba compuesta en su mayoría por judeoconversos. Se dedicaba básicamente al arrendamiento de rentas señoriales y eclesiásticas, al préstamo de dinero encubierto, a la comercialización de productos agrícolas y a la compraventa de inmuebles. Zaragoza era el lugar de residencia de la más adinerada burguesía mercantil del Reino, cuya máxima aspiración era alcanzar el estatus de nobleza, así como convertirse en miembros de los órganos de gobierno de la ciudad, como el Concejo de Zaragoza, la Casa de Ganaderos o la Diputación del Reino.

LA UNIVERSIDAD

En el año 1542, Carlos I concedió a la ciudad el privilegio de tener una universidad, en contra del interés de nobles y políticos que defendían la existencia única de la Universidad de Huesca y estaban en contra del acceso de la población a los estudios.

La universidad se inauguró en 1583 gracias al interés de Pedro Cerbuna, prior de la Seo, que llegó a financiar con su propio dinero la puesta en marcha de la institución. Su interés era expandir la doctrina tridentina en la ciudad. Cualquier alusión al erasmismo fue totalmente excluida. Se componía de las facultades de Teología, Cánones, Leyes, Medicina, Cirugía y Artes. Estaba situada justo en el lugar que hoy ocupa el el instituto de bachillerato Pedro de Luna, junto a la plaza de la Magdalena.

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Maza del rector Pedro Torrellas, 1588. Madera cubierta de plata. Universidad de Zaragoza

IMPLANTACIÓN DEL LENGUAJE DEL RENACIMIENTO

El arte del Renacimiento italiano entró en España de manera fragmentada a través de tres vías: los viajes de aprendizaje de algunos artistas españoles a Italia, la presencia de artistas italianos en España y la importación de obras de arte procedentes de aquel país.

Otros factores importantes para su implantación fueron la publicación de tratados arquitectónicos así como la llegada de dibujos y grabados con reproducciones de obras de arte italianas que motivaron la formación de los maestros españoles en lo que denominaron “lo romano”. Cuando el Renacimiento penetró en España, ya estaba en su fase más manierista en Italia, por lo que los artistas españoles tuvieron acceso a todas las formas posibles admitidas que se estaban practicando, o ya se habían practicado allí.

Las principales intervenciones artísticas en Aragón durante el siglo XVI estuvieron auspiciadas por la monarquía y la iglesia, instituciones que actuaron como grandes mecenas de las artes. Al contrario que en Italia, la nobleza local no fue nada proclive a la innovación.

Las primeras muestras del lenguaje ornamental a lo romano en Zaragoza aparecen tímidamente en los artesonados de madera policromada que se instalan en los techos de la primera planta del Palacio de la Aljafería, en la reforma ordenada por Fernando el Católico en 1488. Dichas innovaciones están muy difuminadas por la decoración gótica con influencias islámicas realizada por maestros mudéjares. No significan la recuperación de los modelos clásicos del Renacimiento, sino más bien un intento de imitación de las propuestas artísticas italianas. Los artesonados de la Aljafería causaron tal impresión, que fueron muy imitados tanto en la Corona de Aragón como en Castilla.

La aplicación de las formas renacentistas fue extendiéndose paulatinamente y se efectuó sobre todo en edificios religiosos, fundamentalmente por la gran fiebre constructiva de iglesias y conventos en la ciudad. Habrá que esperar a mediados de siglo XVI para empezar a ver claramente elementos del nuevo estilo en edificios civiles, como la Lonja de Mercaderes, construida entre 1541 y 1551.

Con la muerte de Isabel en 1504, Fernando se casó con Germana de Foix e inició un viaje a tierras italianas. A su regreso, el monarca decidió romper con las conservadoras políticas artísticas influenciadas por la difunta Isabel en Castilla y de su hijo ilegítimo Alonso II en Aragón, importante Arzobispo de Zaragoza. Los primeros cambios en la arquitectura aragonesa comenzaron a vislumbrarse en los dos grandes proyectos constructivos del momento, el Monasterio de Santa Engracia, a partir de 1511 y la reforma de la Seo de San Salvador, empezada en 1505 y dirigida por su hijo Alonso.

 LOS TRATADOS DE ARQUITECTURA

Un fenómeno fundamental en la introducción del Renacimiento fue la importación de libros italianos, la edición de traducciones al castellano y la publicación de tratados escritos por españoles. Las traducciones castellanas se publicaron en un orden cronológico inverso al de su creación original y totalmente a destiempo, aunque muchos tratados ya eran conocidos en España por una minoría culta antes de su traducción.

El principal foco irradiador del Renacimiento en España fue la construcción del Monasterio de San Lorenzo del Escorial, empezada en 1563, y la fundación de la Academia Real Matemática fundada en 1582. Fechas a partir de las que hay un mayor número de traducciones de los tratados italianos, seguramente obedeciendo a un programa establecido desde la misma corte real de Felipe II.

El primer tratado de introducción a la arquitectura escrito en lengua romance fue “Las Medidas del Romano” del burgalés Diego de Sagredo, publicado en 1526. Se considera una interpretación original, no repetitiva, del tratado de Vitruvio con añadidos de la obra de Alberti. Se trata de un manual que intenta explicar de manera muy básica e ilustrada, los órdenes arquitectónicos desde un punto de vista más decorativo que arquitectónico.

En 1552 el zamorano Francisco del Villalpando tradujo en Toledo los Libros III y IV de las “Regole generali” del boloñés Sebastiano Serlio, cuyos originales se habían publicado en Venecia en 1537 y en 1540, dedicados respectivamente a los monumentos clásicos de Roma y al estudio de los órdenes, también muy influenciados por el Tratado de Vitrubio. Son tratados profusamente ilustrados dirigidos a profesionales de la arquitectura.

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Tercero y quarto libro de Architectura de Sebastian Serlio Traducción de Francisco Villapando del original italiano publicado entre 1537 y 1551 Ejemplar impreso en Toledo en 1552 Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid

Desde mediados de siglo hay varios intentos de traducción al castellano del tratado de Marco Vitruvio “De architectura”, redactado en Roma a finales del siglo I a.C. e inspirador de todos las grandes tratados del Renacimiento, pero hubo que esperar a 1582 para que apareciera la primera edición.

En 1593 el pintor florentino Patricio Caxés publicó la traducción castellana de la “Regla de los cinco órdenes de arquitectura” de Vignola (publicada en Italia en 1562). Pero hubo que esperar al 1625 para la publicación de “I quattro libri dell’architectura” (Venecia, 1570) de Andrea Palladio.

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Traducción castellana de la “Regla de los cinco órdenes de arquitectura” de Vignola, por Patricio Caxés

Hay que señalar que estos tratados ya eran conocidos en España por una minoría culta antes de su traducción al castellano. En concreto Jaime Fanegas, carpintero responsable de los rafes de la Casa de Donlope (1545) y del palacio de la Diputación del Reino (1548), poseía una biblioteca con ejemplares de los tratados de Vitruvio, Serlio y Vignola, de ahí sus conocimientos de los elementos decorativos provenientes del Renacimiento italiano, que introdujo por primera vez en Zaragoza en la labra y decoración de sus obras.

EL HUMANISMO

“Hay aquí muchos adictísimos a Erasmo. Entre ellos Miguel Don Lope, abogado real, hombre de la máxima autoridad, no sólo entre los abogados sino también entre los que tienen encomendado el negocio de la fe”.

Carta de Pedro Guy de Morillon, secretario de Carlos I, a Erasmo desde Zaragoza

El Erasmismo entró en Zaragoza de la mano de los cortesanos borgoñones que acompañaban Carlos I en sus visitas a la ciudad. Se sabe que el emperador estaba muy influenciado por las ideas de Erasmo de Róterdam, siendo en parte responsable de su difusión en la península en contra de las ideas imperantes.

Erasmo criticaba la ostentación y corrupción eclesiástica, y la pervivencia de supersticiones como el culto a las reliquias. Defendía una religiosidad más interior, propugnaba un acercamiento entre el papado y los protestantes y abominaba de las guerras. Todas estas ideas acabaron provocando en España la persecución de sus adeptos por parte de la Inquisición y la censura de sus libros.

En este contexto, algunos personajes ilustres de la ciudad fueron detenidos y procesados por pertenecer a círculos clandestinos erasmistas, como el caso de Miguel Donlope.

El Humanismo influenció los programas decorativos palaciegos, desplegando iconografía que respondía a las ideas provenientes de libros como “El Crotalón”, atribuido a Cristóbal de Villalón y “Los siete libros de la Diana” (ca. 1559) de Jorge de Montemayor. Dos obras con una fuerte influencia humanista llenas de reminiscencias de la Antigüedad en los que el palacio se entendía como la mansión del Héroe y del Guerrero, asociada a los temas literarios de la Fama, la Fortuna y del Amor, muy en línea con la literatura cortesana de la época.

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Los Siete libros de la Diana. Jorge de Montemayor ca. 1559 Ejemplar impreso en Valencia en 1602 Biblioteca Nacional de España

En esta línea se esculpieron galerías muy relacionadas con el arte y la cultura a lo largo de la historia, desarrollando complejas y profusas decoraciones, como las del Patio de la Infanta del Palacio Zaporta, que exaltaba la figura del emperador, con alusiones a Hércules, signos zodiacales y demás alegorías que trataban de vincular al banquero Zaporta con Carlos I e identificar el palacio como el Templo de la Fama.

MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN DE LOS EDIFICIOS

REJOLAS Y TEJAS

La situación de Zaragoza, lejos de cualquier cantera que pudiera suministrar piedra de calidad, obligó a sus ciudadanos a usar los ladrillos (que ellos llamaban rejolas) como material fundamental para la construcción de edificios, llegando a convertirse en verdaderos maestros en su uso.

Los edificios con fachadas de ladrillos le daban a la ciudad una estética peculiar y genuina valorada positivamente por sus visitantes, tal como se cita en «Los veintiún libros de los ingenios y de las máquinas”, atribuido a Juanelo Turriano (ca. segunda mitad del siglo XVI):  “…la obra de ladrillo de sí mesma es acabada; las paredes que se hazen de ladrillo son muy galanas a la vista y son muy fuertes y se conservan muy mejor que no haze la piedra…”

Las rejolas se usaban en todo tipo de construcciones. La materia prima utilizada en su fabricación era la arcilla blanca, de ahí el tono claro de la mayoría de construcciones. Se extraía del mismo solar donde estaba el tejar o de lugares cercanos a la ciudad, sin necesidad de solicitar permiso alguno a las autoridades.

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Rejolas aragonesas de arcilla blanca maciza.

El Concejo de la Ciudad poseía un molde de madera que determinaba sus medidas, que eran 4,20 cm. de grosor, 16 cm. de ancho y 33,6 cm. de largo. Esta rigidez no existía para las tejas, que podían ser de diversos tamaños.

Los tejares estaban situados en las afueras de la ciudad, cerca de cursos de agua de cierta envergadura, necesaria en el proceso de elaboración. Muchso se concentraban al otro lado del Ebro, en el camino de Juslibol. Normalmente eran terrenos propiedad de gente rica arrendados a los rejoleros, ya que contaban, como mínimo, con una balsa para preparar la masa, un espacio abierto para hacer las piezas y dejarlas secar y un horno para cocerlas, infraestructuras que no estaban al alcance de todos estos artesanos.

Los rejoleros pertenecían en su mayor parte a la clase media-baja de la ciudad. Según los censos de población de la época y a la vista de sus apellidos, la mayoría eran de origen inmigrante, sobre todo vasco-navarros y franceses. Curiosamente, aunque siempre se ha asociado el uso de los ladrillos a los constructores mudéjares y moriscos, no existía ningún rejolero perteneciente a estas etnias.

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Mapa de Zaragoza con el emplazamiento de los tejares en el siglo XVI. Archivo Municipal de Zaragoza y Archivo Histórico de Protocolos de Zaragoza

ALJEZ

“a la boca de la salina cria la tierra cierto género de yeso, bueno para fábricas, y los que lo hacen tienen también su ganacia”.

“Relación del viaje”, Cock, E., 1585

El yeso se extraía de las numerosas afloraciones en superficie existentes en los alrededores de Zaragoza. Había diferentes clases de yeso y su grado de pureza se determinaba en función de su blancura. El más blanco y caro se usaba para enjalbegar paredes y el más oscuro y barato, como aglomerante. También se usaban las piedras de la muralla interior romana, hecha de sillares alabastrinos y yesosos, otro origen era el de las piedras recogidas de los derribos de edificios. El aljez proveniente de cocer dos veces una piedra (reutilizada) se llamaba “bizcocho”, o sea, cocido dos veces, y solía usarse en los cimientos de las obras, por sus características permeables frente a la humedad.

La elaboración del aljez era muy sencilla, se cocía el yeso en un horno, entre 12 y 24 horas y luego se trituraba hasta convertirlo en polvo. Para su uso en la construcción se amasaba con agua y, dependiendo de su dureza, se mezclaba con arena. La única infraestructura necesitaba era un horno y un pequeño espacio para triturar el producto.

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Pieza de yeso cristalizado y de aljez. Extraído en la zona de Juslibol (Zaragoza)

Los talleres (aljecerías) donde se fabricaba solían ser pequeños y familiares. A veces se ubicaban en la misma obra donde iba a utilizarse el aljez o en el lugar de extracción del yeso. Aunque normalmente estaban emplazados en las afueras del casco urbano o en zonas despejadas del mismo. Había pequeños aljeceros que tenían su taller en el corral de su casa, pero una ordenanza municipal obligó a situarlos en las afueras porque el polvo y el ruido de su triturado era muy molesto para el vecindario.

PIEDRA

“En Aragón ay en diversas partes piedra franca, mayormente en tierra de Teruel, Canada Vellida y en tierra de roca, en Gallocanta, en el condado de Velchit, en la Pobla de Aborton, en el Condado de Aranda en Epila, mas la que yo he visto y muy mas blanca que ninguna es en Alquecar y Lencina. En Fonz cerca de Monçon, en Lecinena cerca de Çaragoça, en la Muela termino de la ciudad…”

«Los veintiún libros de los ingenios y de las máquinas”, atribuido a Juanelo Turriano.

La dificultad y el coste del transporte de la piedra obligaban a su extracción de las canteras más cercanas a la ciudad: la de Leciñena (25 km.), la de La Muela y el Condado de Aranda (unos 30 km.) y las de la zona de Sástago (unos 60 km.), de las que se obtenían un tipo de piedra arenisca, alabastrina o yesosa demasiado blanda para la construcción, por lo que solo se usada para piezas no estructurales, como enlosados del suelo, esculturas y decoraciones. La piedra se erosionaba mucho, se manchaba con el agua y a altas temperaturas se convertía en yeso en polvo.

También se extraían sillares de la muralla romana. Los más buscados eran los conocidos como de piedra caracoleña, llamada así por contener pequeños fósiles. Debido a su escaso número, el Concejo de la Ciudad los controlaba y almacenaba, ya que su capacidad para resistir la humedad los hacía muy útiles en las constantes reparaciones del puente de piedra  y de los diques del río.

CALCINA

Era el nombre que recibía la cal. Su elaboración era similar a la del yeso. Se usaba para fabricar el mortero, a base de mezclarse con arena. Se usaba como aglutinante entre los sillares de piedra, por lo que, al igual que éstos, se usaba muy poco.

MADERA

El tipo de madera más solicitado en la construcción era la de pino, por su durabilidad, resistencia al fuego y gran capacidad para sustentar peso. Los troncos de gran tamaño se transportaban en almadías por vías fluviales desde los bosques originarios hasta la ciudad. Su viaje acababa en los salideros del Ebro, en la conocida como rambla de Zaragoza (más o menos donde está ahora el Puente del Pilar), donde se amarraban a la espera de que se los llevara su comprador. Principalmente venían de dos sitios:

La fusta del Ebro provenía de los valles de Ansó, Hecho y Ainsa. La trasportaban por el río Aragón hasta el Ebro, y por él, hasta Zaragoza. Eran maderas cuadradas (se encuadraban en el mismo sitio de la tala) y de grandes proporciones (entre 4,63 m. hasta 9,65 m.). Se usaban para obras de envergadura. Seguramente los artesonados de la Aljafería estén hechos con ellas.

La fusta del Gállego provenía de todas las zonas forestales cercanas a dicho río. Eran más pequeñas que las del Ebro (entre 2 m. y 6 m. aproximadamente) y de fuste redondo

La madera serrada en piezas de pequeño tamaño se trasportaba en carretas desde zonas relativamente cercanas a Zaragoza. Cuando llegaba a la ciudad, se depositaba en un corral situado en Altabás, al otro lado del río, muy cerca del Puente de Piedra, donde iba a recogerla el comprador. A partir de 1570 se cambió el lugar de recepción de las maderas, para evitar que se eludiera el pago del impuesto de entrada a la ciudad, obligando a depositarlas en la conocida como Plaza de la Leña, un espacio en la ribera del Ebro, entre Santa María la Mayor y el Postigo del Mercado (sitio actualmente ocupado por la manzana de edificios que hay entre la Basílica del Pilar y San Juan de los Panetes, más o menos). Había dos tipos de madera serrada:

La fusta de Biel, donde se serraban los llamados quayrones, piezas de entre 1,90 m. y 3 m. de longitud por 14 cm. de ancho y 7 cm. de grosor, laa tablas (llamadas fojas) de igual longitud pero de entre 24 cm. y 26 cm. de ancho y los palos y palones, que me dían entre 3m. y 4 m. de longitud, usados para hacer el entramado menor de la estructura de los tejados

Las fojas de Cariñena, tablas delgadas usadas para el cerramiento de la estructura de los tejados y soportar las tejas. Medían entre 2,70 m. y 3,09 m. de largo y unos 50 cm. de ancho.

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Rutas con las procedencias de la madera que llegaba a Zaragoza en el siglo XVI. Fuentes: Archivo Municipal de Zaragoza Archivo Histórico de Protocolos de Zaragoza Registro de Actos Comunes

El transporte de mercancías estaba sujeto a peajes establecidos en los diferentes términos municipales que tenían que atravesar en su camino a Zaragoza, tanto si se transportaban en almadías como en carretas. Las primeras, además tenían que pagar (dando un porcentaje de los fustes) cada vez que tenían que cruzar un azud o un molino. Los vecinos de Zaragoza estaban libres de todos esos pagos gracias a antiguos privilegios reales, por lo que los encargados de transportar las maderas  llevaban consigo una Carta de Franqueza otorgada por el Concejo de la ciudad que los eximía de los pagos, aunque no siempre se hacía caso de ella.

Los contratos se hacían previamente a la tala y transporte (normalmente entre octubre y febrero). La tala de los árboles siempre era en invierno y las almadías se transportaban entre abril y julio, aprovechando el mayor caudal de los ríos provocado por el deshielo. Al igual que las rejolas, las medidas de las maderas serradas eran estándar y estaban preestablecidas. Debido a los enormes beneficios del sector, en 1550 los Jurados prohibieron comprar madera con el fin de revenderla para evitar especulación y abusos. La Cofradía de la Transfiguración regulaba el uso de la madera con una serie de normas de obligado cumplimiento ara fusteros, torneros y cuberos.

PERSONAL DE LA CONSTRUCCIÓN

Los trabajadores de la construcción estaban organizados en dos gremios o cofradías, la Cristiana y la Mora:

Cofradía Cristiana (bajo la advocación de la Transfiguración, san Esteban y San José): Las primeras noticias escritas sobre ella datan del año 1400, pero se cree que se fundó en 1375. Agrupaba a obreros de la villa, fusteros, cuberos, torneros, mazoneros, torneros y piedrapiqueros.

Estaba dirigida por unos mayordomos asesorados por consejeros. Contaba con unas ordenanzas que regulaban el ejercicio de los oficios que la componían y reglas para evitar conflictos entre sus miembros, sobre todo por intromisiones laborales. También se ocupaba de labores sociales y piadosas, como preparar funerales de cófrades o ayudar a los pobres damnificados por alguna peste o accidente.

Para acceder a la Cofradía había que superar un examen de maestría. Había tres pasos principales en la carrera de un profesional de la construcción:

1º Aprendiz: Durante un período de tiempo se trabajaba junto a un maestro. La relación se fijaba mediante un contrato. El aprendiz residía en la casa del maestro y aprendía el oficio. Era una relación de servidumbre y dependencia total. Curiosamente la mayoría de aprendices de los que se tiene constancia provenían de las zonas rurales de Aragón, Navarra y Euskadi. Muy pocos eran oriundos de Zaragoza. Solían tener entre 14 y 20 años. El maestro estaba obligado a vestirlo y a mantenerlo. La cofradía fijaba el tiempo máximo de aprendizaje en cuatro años.

2º Obrero: Cuando se inscribía en la Cofradía pero no había superado aún el examen de maestría. En esta situación solo podían trabajar en una obra con el consentimiento de los Mayordomos, bajo pena de la sanción de quitarle sus herramientas de trabajo si se le descubría.

“que ningún oficial que no fuere examinado no pueda travaxar por su persona ni pueda tampoco tomar obras para travajallas o hacellas travaxar, a solas ni en compañía de otro oficial examinado o no examinado de la dicha ciudad, sin licencia de los maiordomos”

Ordenanza de la Cofadría de la Transfiguración, 1627

3º Maestro: Se alcanzaba esta categoría cuando se superaba el examen de maestría. A partir de entonces podían trabajar de manera independiente, aceptar encargos y tomar gente a su cargo. También se gozaba plenamente de los derechos y privilegios de la Cofradía.

Cofradía Mora: Se fundó gracias a un privilegio concedido por Fernando el Católico en 1503, como agradecimiento a la excelente labor de los moros en los proyectos constructivos del monarca, a a pesar de que muchos trabajaron en ellos de manera forzada y cobrando la mitad que un cristiano.

Esta Cofradía, entre otras cosas, era un medio de protección de sus miembros frente a la hostilidad de la sociedad, sobre todo a partir de 1525 en que un decreto de Carlos I les obligaba a convertirse al catolicismo. La organización y normativa de la institución era muy similar a la de la cristiana.

El porcentaje de mudéjares zaragozanos que se dedicaban a la construcción era mucho más elevado que el de los cristianos, de ahí la importancia de la creación de una cofradía para ellos.

ESTRUCTURA DE LOS EDIFICIOS

Todas los palacios zaragozanos de la época, conocidos mejor como «Casas», comparten una serie de características y partes comunes. En este apartado se intentarán establecer conexiones con la arquitectura de otras zonas, así como su evolución y posible origen.

En un principio la planta solía adecuarse totalmente al solar donde se edificaba, que en la mayoría de los casos era irregular. Con los años, las construcciones van siendo más cúbicas y rectilíneas en sus partes visibles, a la manera de los palacios florentinos del Quattrocento. La Lonja es la prueba irrefutable de este tipo de edificios, muy similar al Palazzo Medici-Riccardi (Michelozzo di Bartolomeo, 1444) o al Palazzo Rucellai (Alberti, 1446).

Su alzado se componía de un sótano, una planta baja, una superior (la principal) y el mirador, sobre el que se asentaba el tejado. Las alturas de las plantas se hacían constar en contrato. En residencias de alto nivel económico normalmente la planta baja y la superior solían tener una altura de entre 2,70 y 3,20 m., mientras que la galería mirador solía oscilar entre 1,50 y 2 m.

Todo su interior se articulaba alrededor de un patio. La zona residencial se ubicaba en la planta superior con las habitaciones principales recayentes en la fachada principal de la casa. El resto de plantas solían albergar zonas de servicios o estaban alquiladas a terceros.

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Palacio de los Condes de Morata

CIMIENTOS

Los cimientos tenían una profundidad de entre 3,5 m. y 6,5 m. aproximadamente. En ellos se asentaban pilares de diferentes grosores, rectangulares o cuadrados, sobre los que se tendían arcos de medio punto. El perímetro subterráneo se rodeaba de un muro. Todas las estructuras estaban hechas de ladrillo. El espacio resultante de estas estructuras se dedicaba a bodega (o cillero) y a las caballerizas. En algún caso había una cámara para los criados.

El subterráneo se cubría con bóvedas de cañón de dos o tres falfas (capas de ladrillo dispuesto longitudinalmente y de canto), que servían de refuerzo a la estructura. Las enjutas de las bóvedas se rellenaban de material hasta la altura de los arcos, conformando el suelo de la planta baja. Sobre esta estructura se elevaba el resto del edificio, continuando en vertical los pilares asentados en el subsuelo.

Como se ha comentado antes, muchas veces la bodega no se limitaba al perímetro del edificio y se extendía por debajo de la calle, en ese caso se requería de una licencia municipal que controlara las condiciones de la construcción en pos de la seguridad de los viandantes y vehículos. En otros casos, el sótano se limitaba solo al espacio del patio interior.

FACHADA

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Alzado típico de fachada principal de Casa

Sus paredes eran macizas y estaban hechas de rejolas unidas con aljez. Los muros de la planta baja y el primero piso tenían un grosor de rejola y media, ya que debían soportar mucho más peso, y los superiores de una rejola y estaban reforzados por los pilares que partían de los cimientos. Las fachadas posteriores y laterales solían ser de materiales más endebles que la principal, usándose adobes y tapias (únicamente de tierra) o haciéndose a la manera valenciana (hiladas finas de argamasa mezclada con trozos de rejola).

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Pared de rejolas de Zaragoza

A principios de siglo XVI, las fachadas se construían sin tener en cuenta ningún criterio estético ni el más mínimo interés plástico y solían ser totalmente lisas e inexpresivas. Los vanos se abrían pensando únicamente en la iluminación y ventilación de las habitaciones, sin ninguna simetría, y la separación de plantas del interior no se proyectaba al exterior.  Muchas fachadas estaban pintadas de aljez blanco, ocultando los ladrillos.

Poco a poco la cuestión estética fue preocupando más y los muros enjalbegados comenzaron a ser sustituidos por los de ladrillos a cara vista, haciéndose con ellos sencillas decoraciones. También se diseñaron fachadas mixtas con partes de ladrillo a cara vista y partes enjalbegadas. Hacía la mitad de siglo se impusieron las influencias italianizantes, reorganizándose completamente de una manera más uniforme y simétrica, aunque su aspecto no dejaba de ser liso, ya que la estrechez de las calles zaragozanas dificultaba su visión total, convirtiendo en superfluo cualquier tipo decoración, al no poder apreciarse desde pie de calle.

A ras del suelo de la calle se abrían las lumbreras, vanos a través de los que se iluminaban las bodegas, también usados para cargar y descargar mercancías. Estaban abiertos en los mismos muros de los cimientos, en la parte alta de los arcos de medio punto. Muchos de ellos se practicaban en talud desde el nivel de la calle.

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Lumbrera de la Casa de Donlope

El elemento característico de la planta baja era el portal (o portalada) de acceso a la casa. A diferencia del resto de la fachada, solía ser de piedra. Inicialmente consistía en un arco de medio punto no muy grande, aunque con el tiempo comenzaron a construirse más elaborados y de mayor tamaño. Normalmente estaba descentrado respecto al resto de la fachada, ya que su situación dependía del trazado de la calle o de la disposición de las estancias interiores.

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Portada de la antigua casa Marraco, en la calle Contamina de Zaragoza. Segunda mitad del s.XVI Museo de Zaragoza

En la planta superior, o principal, se abrían grandes ventanales correspondientes a las salas principales de la casa. Con el tiempo algunos de ellos se transformaron en balcones, más propicios para el uso representativo y el destaque de los dueños, sobre todo en celebraciones urbanas como desfiles o procesiones.

Los ventanales solían ser adintelados y lisos, como mucho adornados con una ligera moldura de ladrillos, aunque hay  alguna excepción, como los de la Casa de los Morlanes, fechados en 1555, que están flanqueados con aplicaciones de yeso en forma de estípites y rematados con frontones triangulares y curvos sobre frisos decorados con alegorías de la monarquía usando motivos bíblicos y romanos.

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Ventana de la Casa de los Morlanes

Cuando el muro llegaba a la altura final de la planta superior, se cargaban los fustes de las bovadillas de los techos, o se dejaban los agujeros destinados a apoyarlas, seguidamente se construía una galería de arcos, conocida como mirador, cuya función era sostener la cubierta del edificio. Estaba formada por pilares cuadrados sobre los que descansaban los “cabezales” del alero de la cubierta, entre los que se abrían ventanas cerradas con antepechos (el ventanaje).

El mirador fue el elemento más característico de los edificios aragoneses durante muchos años. Su origen no está claro, ya que existen estructuras similares en muchos puntos de España e Italia. En el caso de Aragón, su origen tal vez se remontaba al siglo XV, cuando algunos castillos comenzaron a abrir galerías de arquillos en sus fachadas al abandonar su función meramente militar y transformarse en palacios urbanos, (castillo de Illueca, castillo de Valderrobles). La primera constancia escrita de miradores en la ciudad de Zaragoza aparece a finales del siglo XV, en el edificio de la Diputación del Reino, pero se cree que ya era algo muy común con anterioridad.

Hay galerías de arquillos en muchos edificios de Barcelona (La Pia Almoina, el patio del Palau de la Generalitat), Valencia (Palau de la Generalitat, Colegio del Patriarca) y en multitud de palacios de Palma de Mallorca. También en la Toscana, en Pisa y en Florencia. En la fachada del Tesoro de la catedral de Santiago de Compostela, la fachada principal de la Universidad de Alcalá de Henares, el Hospital de Pobres de Xàtiva (Valencia), el castillo de Illueca (Huesca), el castillo de Valderrobles (Teruel).

Aunque el caso aragonés no acababa de ser comprendido por los extranjeros, tal como escribe E. Cock en su “Relación del viaje hecho por Felipe II en 1598 a Zaragoza, Barcelona y Valencia”: “Las casas de los vecinos son rationables (sic) aunque no parescen bien de lexos, porque están todas abiertas arriba y dan muy mala vista”

Se trataba de una mera estructura de sustentación del tejado y los aleros. Teóricamente la vivienda acababa en el suelo debajo del mirador, que no era más que un muro perimetral a través de cuyos vanos se ventilaba el edificio. El espacio que había detrás se llamaba la falsa y generalmente no era habitable (a veces era usado como granero y también como gallinero o palomar).

Con ligeras variantes, todos los miradores eran muy similares en forma y tamaño. Tenían un ritmo repetitivo. Los pilares solían ser de una rejola de ancho por rejola y media de largo y dos rejolas los de los extremos de la fachada. Su altura variaba entre 7 y 10 palmos. Sobre ellos se asentaban grandes vigas de madera, ocultas desde el exterior, sobre las que se sustentaba toda la estructura del tejado y los aleros.

Los huecos entre los pilares se convirtieron en ventanas. Los arquitectos fueron explotando las posibilidades expresivas que, dentro de su sencillez, permitían estos ventanajes, como el resalte de los vanos y antepechos con cintas o las molduras en la base de los arcos (Casa de Donlope). A lo largo de los años se desarrollaron básicamente en cuatro tipologías:

Las cuadradas o adinteladas, muy comunes sobre todo durante la segunda mitad de la centuria, cuando el estilo comenzaba a derivar al Manierismo, como el del Palacio de los Condes de Sástago en el Coso, construido entre 1570 y 1574, donde se alternan una columna y dos medias que flanquean un pilar.

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Mirador del Palacio de Sástago.

Las culminadas en arcos de medio punto o ligeramente apuntados, que eran los más comunes y característicos. (Patio de San Martín Aljafería, palacio en c/Armas, 32, Casa de Miguel Torrero).

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Mirador de la Casa de los Torrero.

Las culminadas por una pieza de yeso decorada con formas y relieves (Casa de Aguilar Pardo). Estas piezas podían ser muy finas y se colocaban delante de las vigas tendidas sobre los pilares.

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Mirador de la Casa de los Aguilar.

Las de piedra: Miradores que sustituyen los pilares de rejola por columnillas de piedra de diferentes formas, como las ochavadas, de influencia levantina o las toscanas (Casa de Sástago), respondiendo a las corrientes que venían de Italia. Ofrecían unas posibilidades decorativas que no tenían los ladrillos. No fueron muy comunes en Zaragoza.

ALEROS Y CORNISAS

Las fachadas se culminaban con una cornisa de tejas y ladrillos o un alero de madera (llamado rafe). Su función era proteger las paredes exteriores de la lluvia y así librar a la casa de humedades. A su función práctica se le añadió otra decorativa. Al ser un elemento que se veía perfectamente desde la calle, los propietarios solían construir aleros muy vistosos en sus fachadas principales para lucirse.

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Rafe lobulado

Los aleros más pobres eran una simple prolongación de las vigas que formaba la estructura del tejado (llamadas los palos), pero los rafes más extendidos eran los de cabezales (nombre de las ménsulas que soportaban el vuelo del alero) y cañuelos (canecillos): Solían componerse de dos piezas de madera escalonadas, la de más vuelo montada sobre la de menos, cargadas sobre los pilares del mirador y unidas a una solera que entraba dentro del edificio sobre la que se colocaban hiladas de rejolas para contrarrestar el enorme peso del alero. En el extremo exterior de las ménsulas se colocaba una solera longitudinal sobre la que se instalaban los cañuelos, hechos con fustas de Biel y decorados en forma de lóbulos, pequeñas curvas cóncavas de reminiscencias árabes. El espacio entre estos se cubría con tablas de madera llamadas fojas.

Los rafes de cabezales y cañuelos están indisolublemente ligados a los miradores tradicionales de arquillos de medio punto o conopiales, hasta el punto que no se entienden el uno sin el otro.

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Rafe de la Lonja de Zaragoza

Los gustos renacentistas influyeron tímidamente en la labra de los rafes, comenzando a instalarse algunos con decoración de angelotes, máscaras, trofeos, frisos, medallones y vegetaciones, pero sin desplazar en ningún caso a los tradicionales lobulados. Con el tiempo los aleros fueron simplificándose, haciéndose cada vez más lineales y lisos.

El de la Casa de Donlope fue uno de los primeros en los que se aplicaron ciertos diseños italianos en 1545. Su autor fue Jaime Fanegas, un “fustero” del que sabe que poseía ejemplares de los tratados de Vitrubio, Alberti y Serlio. Ese fue el punto de partida para comenzar a instalar por toda la ciudad rafes decorados con putti, máscaras, trofeos, frisos, medallones, etc…como los que se pueden ver en el Palacio de Morata y en el Sástago.

Las cornisas de ladrillo y teja se llamaban rafe de teja boconada y consistían en sucesivas hiladas de rejolas. Podían ser lisas o decoradas con dentillos (las posibilidades no eran muchas). Debido a su gran peso no sobresalían tanto como los rafes de madera. Con algunas excepciones, como el caso de la Casa de los Morlanes, se destinaban a las fachadas secundarias y a los interiores del edificio.

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Cornisa de la Casa de los Morlanes

TORRES

En Zaragoza solo los palacios más grandes y lujosos flanqueaban sus fachadas con dos torres gemelas. Actualmente solo se conservan las del Palacio de Morata, aunque tampoco es que hubieran muchas más en la ciudad. Se interpretan como una reminiscencia de los castillos de los dominios rurales de la alta nobleza, traspasados a sus residencias urbanas para destacar por encima del resto de palacios. Se cree que muchas estaban rematadas por almenas, al igual que los campanarios mudéjares de la ciudad.

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Casa de los Condes de Morata

TEJADO

Era un entramado de grandes vigas de madera, dispuesto “en tijera”, que se cubrían con otras más pequeñas, llamadas “palos”, “vigas de Biel” o “cañas”, cubiertas a su vez con tablas delgadas, llamadas “fojas de Cariñena” sobre las que se instalaban las tejas sobre una capa de barro para impermeabilizar.

La inclinación del tejado estaba regulada por ordenanzas municipales. Debía ser de 1/3 de la anchura que cubría una vertiente del tejado.

INTERIOR DE LOS PALACIOS

Desde la calle se accedía a un espacio llamado patín, que conectaba directamente con el patio central. En algunos casos al patín se habrían puertas y ventanas de habitaciones situadas en un entresuelo, destinadas a cámaras de los criados o a los conocidos como  los “aposentos de verano”, donde residían los señores en los períodos de más calor. las alturas de las plantas eran tan grandes, que se construían plantas intermedias y salas a diferentes niveles, dependiendo del uso que se les fuera a dar a las que se accedía por pequeñas y oscuras escaleras interiores. El resto de la planta baja estaba ocupado por la cocina y las estancias destinadas a la actividad económica de los dueños o alquiladas a terceros.

PATIO

En Aragón se llamaba luna. Como en muchos lugares de Europa, todo el palacio se articulaba a su alrededor y servía para iluminar y ventilar las habitaciones. Al ser el lugar de recepción de los visitantes, los propietarios se preocupaban de que estuviera muy decorado, ya que, junto a la fachada, conformaban su imagen pública.

Aunque su planta dependía de la forma del solar, solían ser cuadrados o rectangulares y normalmente constaban de dos plantas (aunque hay algunos ejemplos de tres). Los de más empaque tenían galerías o corredores en sus cuatro lados, pero también los había con solo en tres lados e incluso algunos sin galerías. La planta baja era adintelada con columnas que sustentan la galería superior, abierta en arcos dispuestos sobre un antepecho. Los techos de las galerías eran de bovedillas cubiertos con un tejado a cuatro vertientes prolongado en un pequeño alero.

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Luna del Palacio de los Sástago

Las tendencias renacentistas solo afectaron estéticamente al patio aragonés, permaneciendo inalterable su estructura. Se aplicaron los órdenes clásicos y se sustituyeron los elementos de tradición gótica. Los arcos apuntados de las galerías superiores cambiaron por los de medio punto apoyados en columnillas toscanas de fuste liso o en forma de candelabro y se introdujeron los capiteles labrados «a la romana» en lugar de los medievales en forma de prisma poligonal.

Algunos de los patios más importantes que han sobrevivido son el de la Casa de Aguilar (actual Museo e Instituto Camón Aznar), construido en 1533, donde se desarrolla una rica decoración en relieve de medallones y grutescos en la línea del de la Infanta. Y el elegante patio del Palacio de los Condes de Sástago, con una galería superior con columnillas abalaustradas.

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Patio Casa de Miguel Donlope

En la planta baja las columnas fueron sustituidas por otras de aspecto más recio y se generalizó el uso de las conocidas como columnas aragonesas, caracterizadas por tener un anillo o nudo a una altura más o menos de un tercio de la pieza (dependiendo de su altura y grosor) para que visualmente parecieran más proporcionadas y no se vieran demasiado alargadas.

El anillo, compuesto de varias molduras en torno a un bocel, en realidad era un desplazamiento en altura de la basa de la columna. No se sabe con certeza su origen, pero en la iglesia de San Zacarias de Venecia hay columnas anilladas como las aragonesas datadas en el siglo XV.

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Columna aragonesa

La Casa Torrero, construida alrededor de 1508, fue uno de los primeros palacios zaragozanos en los que se introdujeron columnas clásicas en la parte inferior del patio. Concretamente columnas toscanas de fuste anillado que seguro contrastarían mucho con las galerías góticas del piso superior. Desgraciadamente, en la actualidad las columnas de Torrero se encuentran ocultas dentro de una estructura de refuerzo construida en los años cuarenta del siglo XX.

ESCALERAS

Las escaleras no se consideraban un elemento importante para los zaragozanos adinerados. En un principio no estaban unificadas y se accedía de una planta a otra por diferentes lugares de la casa, ya que lo único que importaba era aprovechar los espacios lo más eficientemente posible.

Con el tiempo llegaron a unificarse y a tener cierta amplitud, sobre todo en sus tramos inferiores. Avanzado el siglo XVI se hacía una sola escalera que conectaba todas las plantas del edificio. Solían empezar en el patín de la casa y centraban la decoración en la barandilla de la panta baja.

En las mejores casas las escaleras tenían cierta espectacularidad, como el caso de la de Donlope, que se recubrió con una rica cúpula de madera con una balconada iluminada con la luz que entraba por el ventanaje del mirador exterior.

TECHOS

Se hacían de bueltas (bovedillas) de rejolas puestas entre maderos redondos o cuadrados, separados entre sí por dos o tres palmos de distancia. Las vigas podían ser lisas o con dibujos de poca profundidad y solían labrarse molduras decorativas en sus extremos, por lo que se denominaban fustes bocelados. En la mayoría de casos las bovedillas quedaban a la vista, aunque más o menos enriquecidas por labras más ricas y pinturas y acompañadas de frisos o cornisas también decoradas.

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Techo de bovedillas

SUELOS

En las habitaciones el pavimento era de aljez apisonado sobre las bovedillas del techo del piso inferior. En las casas ricas se alternaban azulejos de cerámica con piezas de aljez compactado. El patín y el porche se enladrillaban o se empedraban con guijarros dispuestos formando dibujos. El patio se enlosaba con piedra o se pavimentaba con ladrillos.

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Pavimento de rejola

PLANTA SUPERIOR O PRINCIPAL

Este planta albergaba la residencia en sí. La parte más noble era la que daba a la calle y se estructuraba en tres salas comunicadas entre sí y ricamente decoradas: una central, llamada la Sala, que era rectangular y de grandes dimensiones y estaba flanqueada por dos laterales, llamadas retrets o Saletas, que eran más pequeñas.

En las casas más ricas los techos de estas salas principales se cubrían con alfarjes (techos compuestos por vigas maestras, llamadas jácenas, sobre las que descansan vigas cruzadas perpendicularmente, llamadas jaldetas). Con el paso de los años, y en casos muy superiores, las bovedillas eran cubiertas por artesonados de madera, normalmente compuestos de casetones decorados con dardos, perlas, granadas, dentículos, etc.. al igual que en muchos palacios renacentistas europeos, aunque en Zaragoza no se doraban, se dejaban del color de la madera, como los que aún se conservan en la Casa de Donlope. Como mucho se daba un tono rojo al fondo del casetón y se doraban las flores, pero poca cosa más. En las casas más sencillas, las salas principales se decoraban con una moldura de aljez pintada imitando a la madera, que recorría la parte superior de las paredes.

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Artesonado de la Sala Principal de la Casa de Donlope

Muchos artesonados eran tan espectaculares que cuando los palacios fueron demolidos se desmontaron para instalarse en edificios nuevos y todavía perviven ante el desconocimiento de gran parte de la población. Por ejemplo los de la Casa Coloma (1528-1535), están en el Centro Mercantil, Industrial y Agrícola, construido en el mismo solar donde se ubicaba el palacio en la calle del Coso. Los del Palacio de los Marqueses de Osera (1510-1515), ubicado en la calle Espoz y Mina, resituados en el Salón de Sesiones, el Salón de Comisiones y el Despacho Alcaldía del edificio nuevo del Ayuntamiento de Zaragoza y los del Palacio Aytona (primera mitad del siglo XVI, destruido en la ampliación de la Plaza del Pilar, instalados en las salas de exposiciones del rehabilitado Palacio de Montemuzo.

Por lo que respecta al resto de la planta principal, estaba ocupada por los dormitorios, habitaciones secundarias, cocinas (solo en el caso de grandes palacios) y, en algunos, una capilla privada. Todas estas salas solían ser muy sencillas, habría que esperar a siglos posteriores para que el lujo llegara a las estancias más privadas de los palacios.

SERVICIOS DOMÉSTICOS DEL PALACIO

Los retretes se llamaban «necesarias» y solían estar en el sótano junto a las caballerizas o en la falsa. Consistían en un pozo sobre el que se ponía una tabla con un agujero, igual como en muchos sitios hasta bien entrado el siglo XX.

Las cocinas podían estar en cualquier sitio. Aunque lo normal es que estuvieran en la planta baja o en el sótano, en algunas casas estaba en el suelo del mirador y en los palacios más grandes solía haber dos, una arriba y otra abajo, seguramente para ser usadas respectivamente en verano e invierno. Las cocinas solían tener una chimenea de campana volada con bancos alrededor. Al lado de la cocina estaba la masadería, estancia usada para amasar el pan junto a salitas para almacenar comida.

Para la climatización del edificio existían como mínimo dos chimeneas, una en las cocinas y otra en la Sala principal. Luego, dependiendo del tamaño y la riqueza de la casa, podían haber más repartidas por las diferentes estancias. Cuando comenzaban los fríos, los suelos se cubrían totalmente con grandes estores de esparto debajo de los cuales había paja, para aislar térmicamente las habitaciones.

No se conocía el uso del cristal como cierre de las ventanas. Las de las habitaciones  nobles se cerraban con un papel recubierto de cera conocido como encerado, de color blanco para que entrara más luz y el resto simplemente con los postigos de madera habituales. También se usaban celosías de madera desde las que poder mirar sin ser vistos.

La mayoría de palacios contaban con corrales y huertos anexos que con el tiempo acabaron convirtiéndose en jardines para el recreo de sus dueños.

EDIFICIOS MÁS REPRESENTATIVOS

ARTESONADO DE LA ALJAFERÍA

El grandioso artesonado del Salón del Trono fue ejecutado en 1492 por Brahem Monferriz, Mahoma Palacio y por Farax de Gali, maestro de obras reales. Los dos primeros ya habían trabajado anteriormente para Fernando II en unas obras de acondicionamiento de la Alhambra de Granada, por lo que conocían de primera mano los techos con mocárabes con galerías de arquillos de los salones nazarís.

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Artesonado del salón del trono, Zaragoza- Archivo del Gobierno de Aragón

Seguramente inspirándose en aquellos, introdujeron en el artesonado real un elemento muy característico e imitado posteriormente: sustituyeron el típico friso decorativo apoyado en una enorme cornisa, por un falso corredor formado por una galería de arquillos conopiales con columnillas góticas. Esta estructura fue el modelo para las cúpulas de las escaleras de Donlope y del Palau del Lloctinent de Barcelona, así como del artesonado de la Sala Nova de la Generalitat Valenciana.

Otra novedad fue cruzar las enormes vigas de madera en lugar de colocarlas paralelamente, como era habitual en el gótico y el mudéjar. De esta manera se generaron treinta enormes y profundos casetones cuadrados que se decoraron con lacerías, motivos geométricos, lazos, palmetas, estrellas, etc, creando una de las primeras fusiones entre motivos mudéjares y renacentistas de la ciudad.

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Palacio de la Aljafería, salón del trono, Zaragoza- Archivo del Gobierno de Aragón

CASA DE MIGUEL DONLOPE

Fue mandada construir entre 1537 y 1545 por el prestigioso jurista Miguel Donlope, judeoconverso y erasmista convencido, lo que le trajo problemas con la Inquisición. No se conoce su maestro de obras. Desde 1912 es la sede de la Real Maestranza de Zaragoza.

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Alzado de la Casa de Miguel Donlope

Una de sus innovaciones fue la preocupación estética en el diseño de la fachada principal, que tiene una composición muy equilibrada y armoniosa, diferenciándose de todo lo que se había hecho hasta entonces en Zaragoza. La apertura de los vanos en el piso principal es muy ordenada y medida. El mirador se compone de arquillos de medio punto doblados, con óculos en los antepechos. Varias impostas cruzan horizontalmente toda la fachada a diferentes alturas, partiendo los vanos por la mitad y dotándola de gran expresividad. Esta solución fue adoptada por Sariñena en su diseño de la Lonja.

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Rafe de la Casa de Donlope

El rafe, construido entre 1545 y 1547, fue diseñado por Jaime Fanegas y está considerado como uno de los primeros de la ciudad labrado con formas renacentistas. Fanegas, aparte de ser un cotizado fustero, también destacó por su erudición, poseyendo una biblioteca que contenía ediciones italianas de los tratados arquitectónicos de Vitrubio, Alberti y Serlio, entre otros. Con este bagaje cultural, reprodujo en madera las cornisas clásicas de piedra que conocía de los libros, rompiendo con la tradición de los aleros con formas lobuladas.

Por lo que respecta al patio, la planta baja es arquitrabada con seis columnas aragonesas jónicas de fuste acanalado y plinto liso, talladas en alabastro. Sobre los capiteles se situan zapatas labradas con hojas de acanto, excepto las más próximas a la escalera que tienen monstruos fantásticos y figuras mitológicas.

La planta superior es una galería de arcos de medio punto sostenidos por columnillas toscanas, una novedad también en la ciudad. El conjunto se remata con un pequeño rafe de dentículos y perlas, atribuido a Fanegas. Del patio parte una escalera profusamente decorada con yeserías representando la a la Fama y a Hércules entre vegetaciones y grutescos.

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Cúpula Escalera Don Lope – Tripadvisor

Los techos de madera del palacio, ejecutados por Bernat Giner, «El Valenciano», se consideran de los mejores conservados en Zaragoza. La escalera está cubierta por una cúpula circundada por un corredor abierto, seguramente inspirado en el de la Sala Dorada de la Aljafería, a través del cual entra la luz que se filtra por el mirador. El interior de la cúpula está decorado con mocárabes, de tradición mudéjar y gótica, mezclados con grutescos, dardos y tondos con bustos tallados de gran clasicismo.

En los artesonados de las salas principales también se mezcla la tradición mudéjar con elementos renacentistas, especialmente en la cámara sur, que presenta un enorme octógono rehundido en el centro decorado con lacerías y mocárabes y rodeado por figuras humanas a la manera de grutescos.

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Casa de Miguel Donlope

 

LONJA DE MERCADERES

Es uno de los edificios más importantes del Renacimiento español. Su construcción fue solicitada en 1541 por los mercaderes zaragozanos, necesitados de un espacio para sus actividades, y por el arzobispo Don Hernando de Aragón que quería que los tratos y negocios dejaran de hacerse dentro de las iglesias. La obra se concluyó a finales de 1551.

Se eligió, de entre otros muchos, el proyecto de Juan de Sariñena, que planteaba un edificio con una fachada inspirada en los palacios renacentistas florentinos y un interior similar al de las Lonjas de Palma y Valencia, que ya llevaban más de un siglo en funcionamiento. A estas influencias se sumó la tradición constructiva aragonesa, conformando un conjunto que exteriormente toma su estética de los palacios urbanos civiles de la ciudad e interiormente está concebido como su vecina Seo catedralicia.

La fachada está decorada con un friso de rectángulos ciegos doblados limitados por dos impostas de molduras y dentículos, sin la exuberante ornamentación mudéjar de ladrillo de anteriores construcciones. Los vanos están distribuidos regular y simétricamente. El mirador superior se compone de arcos de medio punto dobles alojados en uno mayor, similares a los del Palacio Medici Riccardi de Florencia. En los ángulos del tejado se elevan torrecillas octogonales decoradas con azulejos verdes y blancos.

Su interior se compone de un único salón dividido en tres naves cubiertas con bóvedas estrelladas como las de las iglesias. Las dificultades técnicas para cubrir un espacio tan grande hicieron que se no planteara ninguna novedad arquitectónica para su cubrimiento.

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Lonja de Zaragoza

Toda la estructura se sustenta sobre veinticuatro columnas aragonesas de orden jónico, ocho exentas y el resto dentro de los muros. La decoración está compuesta por relieves de yeso policromado, y es una muestra temprana de manierismo en España. Contiene grutescos, tondos, estípites antropomorfos y angelotes, junto con escudos oficiales y cartelas conmemorativas.

El rafe está formado por canes rectangulares, siguiendo el mismo ritmo que los rectángulos de ladrillo de la fachada, entre dos molduras horizontales. La labra es plenamente renacentista, con dardos, perlas, ovas, palmetas y dentículos.

 

CASA DE PEDRO MARTÍNEZ DE LUNA, CONDE DE MORATA

Se construyó entre 1551 y 1559. Puede considerarse el paradigma de residencia de la alta nobleza aragonesa en la ciudad, y una de las pocas que han llegado a nuestros días. El inmenso poder del Conde de Morata se refleja en su palacio del Coso, de una dimensiones tan formidables que le dan un carácter casi de residencia oficial y no privada.

En este caso la enorme luna nada tiene que ver con los íntimos y familiares patios de la mayoría de palacios. Es un espacio monumental con dos pisos de galerías adinteladas soportadas por columnas jónicas anilladas, alrededor del cual se distribuyen las estancias cubiertas con majestuosos artesonados.

La planta baja se construyó en parte con sillares de la muralla romana y el resto es de ladrillo. Su fachada es tan imponente que debieron buscarse soluciones estéticas para evitar la monotonía de sus enormes paños lisos, disponiéndose arquillos de medio punto ciegos, con un ritmo de tres en tres, alternando con los vanos de la planta noble. El mirador se compone de arquillos trasdosados con triple arquivolta y óculos de cerámica ornamentales en los antepechos y en las enjutas. El rafe es el tradicional lobulado sin influencias renacentistas. Dos torres ligeramente avanzadas flanquean el conjunto y lo distinguen de las casas vecinas.

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Palacio de los Condes de Morata

La principal característica del palacio es su portada escultórica, ejecutada por el pedrapiquero francés Guillaume Brimbez. Responde a los programas iconográficos palaciegos del Renacimiento, inspirandose seguramente en el Patio de la Infanta del Palacio Zaporta.

Se compone de un arco de medio punto flanqueado por las esculturas de dos gigantes identificados como Hércules y a Teseo. En las enjutas del arco hay dos bustos representando la Virtud y la Razón. En la parte superior hay un friso con un relieve de un triunfo militar de César sobre el que se sitúa un pequeño frontón triangular en el que aparece Helios, flanqueado por la Aurora y el Ocaso.

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Palacio de los Condes de Morata

CASA DE DON ARTAL DE ALAGÓN, CONDE DE SÁSTAGO

La casa, obra del maestro Lope Chacho, se construyó entre 1570 y 1574. Por sus dimensiones es evidente que se trata de otro de los palacios de la alta nobleza aragonesa, encargado por Don Artal, que tenía sus dominios cerca de Zaragoza y fue Virrey de Aragón entre 1574 y 1589.

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Palacio de Sástago -Foto de Tripadvisor

La estructura de la fachada es similar a la de Morata, con muchos vanos abiertos en la planta baja y en la principal y un enorme paño liso entre esta y el original mirador, con amplios ventanales de formas adinteladas sustentadas por columnillas de piedra alternadas con pilares con dos columnas adosadas, en lugar de los típicos de ladrillo.

La Luna ya no tiene nada que ver con los íntimos patios de la primera mitad de siglo. Se trata de un elegante espacio severamente decorado, con una galería alta seguramente inspirada en la del Patio de la Infanta con columnas abalaustradas.

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Palacio de Sástago

PATIO DE LA INFANTA

Gabriel Zaporta fue un importante comerciante judeoconverso que había alcanzado la nobleza a cambio de dinero. Ante la resistencia de la vieja nobleza a admitirlo como su igual, se construyó un fastuoso palacio a la altura de su nivel económico, situando el ostentoso patio justo en la misma puerta de la casa, sin ningún espacio de transición, para que pudiera ser visto desde la calle. El patio, instalado desde 1980 en la sede central de Ibercaja Banco, es el único elemento superviviente de aquel palacio ubicado en la calle de San Jorge, destruido por la desidia y el abandono.

No se conoce la autoría del conjunto. Durante años se creyó que había sido ejecutado por Juan Sanz de Tudelilla, el responsable del transcoro de la Seo, pero actualmente esta teoría está descartada por falta de documentación que la acredite.

Se sabe que fue terminado en 1550, gracias a una cartela esculpida en su piso superior. Su estructura es idéntica al resto de lunas aragonesas, lo que lo hace diferente es su abigarrada decoración plateresca, que orna profusamente las estructuras tradicionales con motivos copiados de los tratados y estampas italianas.

La planta baja, adintelada, se compone de ocho columnas antropomórficas con unas grandes zapatas encima que sostienen un friso corrido sobre el que se eleva una galería de arcos de medio punto.

El programa iconográfico desplegado en el patio es de una gran trascendencia intelectual. Se identifica al palacio como el Templo de la Fama, llenándolo de alegorías del amor, la filosofía, la fortuna, la prosperidad, la religión y el imperio. Incluso hay oculta una carta astral del día de la boda de Gabriel Zaporta con Sabina Santángel, su segunda esposa.

Cada columna de la planta baja representa a uno de los planetas conocidos en la época, a los que se asociaban significados esotéricos, virtudes, metales y tipos de arte. Las figuras antropomorfas tienen sentidos zodiacales relacionados con los dueños de la casa. Estas eran nuevas en Zaragoza y están relacionadas con un tipo de decoración que colocaba esculturas humanas en los flancos de una puerta o ventana y que también aparecían en los grabados de algunos tratados de arquitectura.

Las zapatas centrales están ocupadas por relieves de animales representando los Cuatro Elementos y las laterales por alegorías de virtudes y vicios. En los antepechos hay tondos con bustos de reyes y emperadores junto con escenas referentes a los Trabajos de Hércules, exaltando a Carlos I, al que Zaporta había prestado dinero para sus campañas militares, y comparándolo con el héroe mitológico. Es una decoración similar a la del patio de Donlope, hoy casi desaparecida.

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Patio de la Infanta

BIBLIOGRAFÍA

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Acerca de Jose Maria Sancho

Gran amante del arte, intento humildemente compartir y extender mis conocimientos para que muchos otros puedan descubrirlo y sentir su fascinarse con él.

Un Comentario

  1. Anónimo

    Hola Jose Maria, he leído tu trabajo. Me gustaría ponerme en contacto contigo. Te dejo mi correo. Muchas gracias!

    Me gusta

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